En este tiempo del año en curso, he perdido a dos excelentes amigas, a la vez que dos mujeres ejemplares. Decía algún escritor que los muertos se van en fila india. Y, en 'La Celestina', tan salmantina e inmortal, la vieja dice ?cito de memoria? que la muerte, por uno que se lleva a tiempo, a cuántos a destiempo se lleva.
A tiempo o a destiempo, la muerte nunca de tejer, con esas hebras de tiempo de las que estamos hechos y que nos constituyen.
Una de mis buenas amigas, fallecida hace ya más de un mes, era Dolores González Canalejo, miembro del Centro de Estudios Bejaranos, musicóloga y apasionada por todo lo que tiene que ver con la música tradicional de las tierras salmantinas, particularmente del área de las sierras bejaranas.
Desde que la conocí, intuí que era uno de esos seres humanos cordiales y atentos con los que se podía sintonizar. Y así fue. Mantuvimos, pese a estar cada uno en su mundo y en su lugar, una sintonía que hacía fluida cualquier comunicación, cualquier conversación, siempre que nos veíamos, ya fuera en las reuniones del CEB, o en algún acto cultural, o en su ámbito familiar en Candelario, de donde procede Urbano, su marido.
La otra mujer ejemplar, de la que tuve la fortuna de ser su amigo, acaba de fallecer hace unos días, el pasado 23 de marzo, en la ciudad alemana de Bonn. Era Antje Reumann, fiscal jubilada, esposa de uno de los mayores poetas experimentales o visuales españoles de la segunda mitad del siglo XX, el poeta, de origen palentino (de Villarramiel de Campos), Felipe Boso, fallecido, sin llegar a cumplir siquiera los sesenta años, en tierras alemanas en 1983.
Conocí a Antje Reumann debido a mi interés por la obra de Felipe Boso, su marido. Quise editar dos de los libros de Boso y ella me dio su autorización generosa: 'La palabra islas', que, con un pequeño ensayo introductorio que escribí, apareció en la colección "Plástica & Palabra", que co-dirigí en la universidad de León junto con el profesor y crítico Javier Hernando; y 'T de trama', el primer libro de Boso, de 1970, que reedité, también con un pequeño ensayo introductorio, en la editorial madrileña de Huerga & Fierro.
Antje Reumann me pidió, en su momento, consejo para decidir cuál sería la institución española a la que donaría el legado (archivo y creaciones) de Felipe Boso, su marido. Tras calibrar pros y contras de las diferentes posibilidades, se decidió por la Biblioteca Nacional de España, donde está depositado todo el legado y archivo de Felipe Boso.
Dos amigas ejemplares se acaban de marchar de este mundo, en silencio, con su generosidad, con su ejemplaridad, con su entrega, con una actitud humanizada de la que siempre aprendí y que siempre me hizo mejor: Dolores González Canalejo, salmantina, y Antje Reumann, alemana. Dos pérdidas que dejan un vacío en mi sentimentalidad.
Tal vacío lo llenará, sin embargo, esa memoria afectiva en la que ellas, siempre, mientras viva, estarán resucitadas.