OPINIóN
Actualizado 02/04/2017
Carlos Javier Salgado Fuentes

Corría el otoño de 1167 cuando varios soldados del rey Fernando II de León se encontraban inmersos en la persecución de un delincuente por las calles de Zamora. Éste no se daba por vencido en su carrera, intentando dejar atrás a los soldados reales, poder escabullirse en algún recoveco o alcanzar algún tipo de lugar seguro.

Finalmente, al malhechor se le abrieron los ojos como platos al divisar la catedral de Zamora, y con brío se dirigió hacia sus puertas, convencido de que los soldados del rey no podrían entrar armados en un templo sagrado. Pero no fue así, el delincuente entró en la seo, pero los soldados no se anduvieron con miramientos y se introdujeron dentro también.

De esta manera, el recinto catedralicio se había convertido en una trampa para el transgresor de la ley, que había entrado en el mismo confiado en que la inmunidad de que gozaba la Iglesia en sus templos resultaría su tabla de salvación.

Pero la cosa no quedó ahí. Porque para desgracia de los soldados reales, dentro de la catedral se hallaba el Obispo Esteban de Zamora, que no dudó en reprender a los militares, recordándoles que de las puertas del templo hacia dentro era su jurisdicción y no podían entrar armados ni con voluntad de implantar la ley real, pues en la catedral, la ley era él.

No obstante, el prelado accedió a que los soldados se llevasen al malhechor tras exponerle los hechos, si bien antes de que abandonasen la catedral les señaló que pediría audiencia al rey para advertirle de lo ocurrido y remarcar los derechos de la Iglesia en ese sentido.

De este modo, los reclutas del rey leonés salieron del templo con el delincuente, apresándolo para que posteriormente fuese juzgado en base al corpus legislativo local que regía en Zamora, así como las disposiciones generales que recogía para todo el reino el Fuero de León de 1017.

Después, los soldados se dirigieron al rey Fernando, comunicándole los hechos, dibujándose en su cara de inmediato un gesto de preocupación. Y es que apenas habían pasado nueve años desde que en la misma ciudad aconteciese el Motín de la Trucha, cuando el pueblo zamorano prendió fuego a la iglesia de Santa María, en la que los nobles locales se hallaban reunidos, falleciendo todos ellos. Entonces, el monarca solventó la situación sin imponer sanciones y con una única exigencia para los zamoranos, que reedificasen ellos mismos la iglesia de Santa María, conocida desde entonces como "la Nueva".

En este caso, los hechos no eran tan graves y el peligro de un motín o levantamiento era nulo, pero no convenía tener en pie de guerra a la Iglesia, por lo que el rey decidió solucionar el entuerto cuanto antes.

De esta manera, el 29 de noviembre de 1167, Fernando II de León se reunió con el Obispo Esteban de Zamora, llegando al acuerdo de que el agravio que suponía para su diócesis los hechos acaecidos en la catedral por parte de los soldados reales, se solucionase con la donación de dos villas que pasarían a rendir sus tributos al Obispo de Zamora.

Estas villas elegidas fueron Guadramiro y Monleras, que se situaban en un área que se habían disputado las Diócesis de Salamanca y Zamora. No obstante, el episcopado salmantino no estaba para exigir demasiado, pues su ciudad se había levantado contra el monarca un lustro antes, cuando el rey leonés decidió otorgar fueros propios a Ledesma y Ciudad Rodrigo, así como crear la Diócesis de Ciudad Rodrigo, hecho que llevó a la batalla de la Valmuza en 1162, donde el rey de León, apoyado por zamoranos, ledesminos y mirobrigenses logró derrotar a los sublevados, que se oponían a la creación de dichos concejos y diócesis.

De este modo, Fernando II pudo acometer la cesión de Guadramiro y la entonces Molineras (actual Monleras) al obispo zamorano, acabando así con la polémica suscitada con el prelado, y volviendo las aguas a su cauce en una ciudad muy simbólica para el monarca leonés, pues ésta protegió con uñas y dientes los derechos de su bisabuelo en el Cerco de Zamora de 1072, cuando la ciudad resistió el asedio castellano durante siete meses, hasta que logró expulsar a los invasores de sus arrabales merced al caballero Vellido Dolfos.

En todo caso, pese a que el documento de donación de Guadramiro y Monleras de 1167, conservado en el Archivo Diocesano de Zamora, podría parecer de poca importancia para una historia más general, tiene un gran valor para el noroeste salmantino, ya que supone el documento escrito más antiguo que se conserva en el que aparecen recogidos Guadramiro y Monleras, que además, se documentan con la categoría de "villa".

Esto último otorga una especial significación al documento, ya que supone asimismo el primer y más antiguo reconocimiento como "villas" de Guadramiro y de Monleras que se conserva, y del cual, en el presente año 2017, se cumplen 850 años.

Ocho siglos y medio llevan por tanto Guadramiro y Monleras reconocidos como villas, brindemos por otros ocho siglos y medio más. ¡Viva Guadramiro! y ¡Viva Monleras!

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