OPINIóN
Actualizado 30/03/2017
Redacción

Esta semana hemos conmemorado los 60 años del Tratado de Roma con el que se dio el empujón definitivo para el nacimiento de la Unión Europea. Ante una fecha tan significativa y en una ciudad tan emblemática, los 27 líderes europeos han comenzado su conmemoración con una recepción del Papa Francisco, quien les ha vuelto a recordar que son los líderes de una Europa envejecida y cansada que no puede estar obsesionada en cuestiones únicamente económicas. No se conmemora únicamente una alianza económica.

Esta Cumbre de Roma continuará las reflexiones sobre el futuro de la UE que se comenzaron en la Cumbre de Bratislava celebrada el pasado 16 de septiembre, pocas semanas después de que el Reino Unido decidiera retirarse. Desde entonces hasta hoy, los 27 líderes políticos siguen buscando fórmulas y argumentos que apuntalen el proyecto europeo en clave únicamente económica, financiera o mercantil, como si la integración no exigiera un proyecto ético, social y político determinado. Resulta curioso comprobar cómo estos líderes acuden raudos y veloces al Vaticano para hacerse las fotografías y luego en sus respectivas agendas políticas nacionales dan la espalda a las palabras de los sucesivos pontífices.

Una prueba del poco caso que se le hace a las palabras de Francisco la tenemos en la información oficial que ha difundido la Moncloa. Aunque la nota menciona la necesidad de generar ilusión y confianza, se plantea en términos de economía y «bienestar», sin decir nada de su dimensión ética, social y cultural. Francisco le recordará a Rajoy que llega sin todos los deberes hechos, sin haberse leído sus encíclicas y, sobre todo, sin haber leído el espectacular discurso de Estrasburgo cuando el Santo Padre visitó las instituciones europeas en 2014.

Rajoy tendría que haber pedido que en todos los congresos del PP que se están celebrando se leyera ese texto donde Francisco pedía a los europeos que estuvieran atentos a un mundo menos eurocéntrico. Recogía textos de Juan Pablo II y Benedicto XVI para recordar que en el centro del proyecto europeo se encuentra la confianza en el hombre, no tanto como «ciudadano o sujeto económico» sino como persona dotada de una «dignidad trascendente». Además de estar en una Europa envejecida, cómplice de una «cultura del descarte», estamos ante una Europa «enferma de soledad», propia de personas que han perdido sus raíces, sus vínculos y lazos. Los ancianos, los jóvenes, los pobres, los inmigrantes y los refugiados están cayendo en el olvido de una Europa de mercaderes y consumidores que no es «ni fértil ni vivaz». El futuro de Europa pasa por el cuidado de la fragilidad para que las personas no sean devoradas por engranajes o mecanismos burocráticos que se han desarrollado con la absolutización de la técnica. Como el resto de los 27, parece que Rajoy tampoco progresa adecuadamente.

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