La primera ópera cantada en su totalidad fue encargada para una boda real con el único objetivo del disfrute de los novios y los invitados. Sin embargo, todo eso fue transformándose en un espectáculo de ocio al cual solo podrían asistir aquellos que pudieran pagar el precio de la entrada. Todo esto comienza a verse en 1637 con el estreno de la ópera Andromeda, de Benedetto Ferrari y Francesco Manelli, la cual, a diferencia de la ópera cortesana, no había sido creada por encargo, sino más bien con la intención de atraer a un público adinerado, apareciendo una figura nueva en este género, que es la del empresario, encargado de organizar el espectáculo en su faceta económica y artística.
Tras el éxito de Andromeda otras familias venecianas con alto poder adquisitivo quisieron entrar en el negocio de la nueva moda operística creando nuevas compañías y abriendo nuevos teatros. Fue el Teatro Novissimo el primero que se construyó específicamente para representaciones operísticas. No pertenecía a ninguna familia sino que era propiedad de un amplio grupo de nobles, y a pesar de su corta vida albergó grandes éxitos como La Finta Pazza, que redefiniría el género con una impresionante puesta en escena con grandes avances técnicos y el encumbramiento de la primera prima donna de la historia, Anna Renzi.
El mantenimiento de esta nueva forma de ver la ópera se debía a las familias dueñas de los teatros y a los nobles, los cuales, con el alquiler de los palcos durante toda la temporada, contribuían a asegurar las ganancias. También era posible adquirir entradas de parterre que la mayoría de las ocasiones no completaban el aforo, por ser reservadas para turistas y ciudadanos de clase alta.
Al ser un negocio, la mejor publicidad era contratar a importantes estrellas internacionales capaces de atraer al mayor público posible (fichajes que costaban altas cantidades de dinero).
El hecho de que la ópera pasara de tener representaciones cortesanas a ser un espectáculo público fue un punto muy a favor para la supervivencia y desarrollo de este género, puesto que de no ser así la vida de la ópera hubiera sido tan corta como la de las fiestas cortesanas, habiendo forzado muy probablemente su extinción.