OPINIóN
Actualizado 29/03/2017
Carlos Aganzo

¿Recordar es vivir? ¿Recordar es morir? Sabe que los recuerdos ocupan un lugar substantivo en su vida. Conoce que hay una correlación entre la soledad y el ocio con la intensificación de su presencia. Ignora si esto es positivo o negativo. Una breve estancia en dos ciudades del norte de Europa dispara estos mecanismos inquisitivos. Justo cuarenta años después de empezar a acumular historias. Ahora no regresa con frecuencia. En una de las ciudades estuvo hace cinco años, en la otra hace más de diez. Sin embargo, todo ese pasado está ahí. Un pretérito que se puede hacer abruptamente presente, no solo por los encuentros con amigos con los que está razonablemente en contacto, sino por una carta.

Una misiva en el más clásico de los formatos: con sello postal, dirección y remite a mano con escritura pulcra. Alguien que está inscrito en el máster donde va a dar las conferencias y que, según señala el profesor que le presenta, se excusa por no asistir: "una amistad tuya catalana", añade. Mi amigo se queda un instante pensativo, el brevísimo lapso que dura el acto de coger el sobre y depositar sus ojos sobre el remite: un nombre y un apellido. Un recuerdo intenso. Uno de esos personajes que apenas son fantasmas. Alguien que desapareció de su vida hace más de treinta años. Una imagen que retiene bien en su memoria y que se acompaña de frases textuales, de situaciones que configuran su especial galería de sombras del pasado. Una persona viva, precisamente, en su imaginación; alguien que dejó de ser real para convertirse en una historia con todas sus características vitales.

Han pasado unas horas después de ese suceso en que sin pestañear metió la carta sin abrir en el bolsillo interior de la chaqueta. Las clases han terminado y relata sin pasión la historia mientras cenamos. No va a abrirla, ya que, razona, unos recuerdos no van a ser soliviantados por una evidencia de realidad escrita que se impone por sorpresa. Por ello, me dice, ahora sabe que los recuerdos se construyen sobre los muertos, que solo así se pueden manipular caprichosamente porque nadie va a reclamar rectificación alguna. Hay que insertarlos en el relato, continúa, que se levanta desde tiempo atrás, y que contribuye eficazmente a sostener la existencia o, al menos, la vida de aquellos para quienes el pasado, váyase a saber por qué, cuenta.
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