Estas últimas semanas he estado en San Xulian, una pequeña aldea orensana, ayudando a unos amigos en su proyecto de casa autogestionada. Hartos del modo de vida urbanita, Paula y Fran, Fran y Paula, decidieron hace un tiempo cambiar su manera de vivir, que es la que solemos tener la mayoría de la gente, y vivir de lo que ellos mismos cultivan y producen, intentando minimizar sus necesidades, a lo imprescindible, para poner en práctica lo que era el día a día de nuestros antepasados, hasta hace muy poco tiempo. No les está siendo fácil, pues todo está pensado para la perpetuación del actual modelo, pero sí les está resultando tremendamente gratificante? ¡y a mí, cuando puedo acercarme a ayudarles, dentro de mis posibilidades!
Quince días he estado, antes de tener que volver por cuestiones personales, contribuyendo a la puesta en marcha de su proyecto. Un proyecto con múltiples tareas, pues hay que arreglar la casa donde viven, y que les han alquilado por el simbólico precio de 1 euro al mes, acondicionar un taller donde llevar a cabo los cientos de tareas necesarias para devolver a las edificaciones unos mínimos que les permitan estar resguardados de las inclemencias del tiempo. A la vez, hay que hacer los preparativos del huerto: cavarlo, airearlo, abonarlo, drenarlo, etc., junto a la preparación de los castaños, y demás árboles, que les han cedido los vecinos de las aldeas de alrededor.
Un comportamiento que, actualmente, resulta chocante: gente cediendo desinteresadamente ciertas propiedades para que sean puestas en uso, evitando que se pierdan definitivamente. O, visto de otro modo, ayudar a dos jóvenes treintañeros a integrarse en una comunidad, en un lugar, que no es el suyo, pero que han decidido que lo sea. Mientras trabajábamos, cada uno en lo que mejor puede hacer, los vecinos pasan a dejar patatas, huevos, berzas, los productos que tienen en sus casas, para que nada básico les falte y puedan seguir creyendo que es posible llevar a cabo su sueño. Partir de una casa sin techo, casi completamente derruida y volverla a habilitar para poder residir en ella, debería bastar para poder quedarte indefinidamente, pero, en principio, el alquiler de la casa es para dos años, prorrogables, siempre que el dueño no la necesite para sí mismo o algún familiar.
Otra ayuda, gran ayuda, que se están encontrando son los jornales, sea para preparar leña, o cualquier otro motivo, que les ofrecen los vecinos, todo gente mayor que apenas tienen fuerzas para las labores diarias. El ritmo vital, allí, es totalmente diferente, es el ritmo solar, sin prisa, disfrutando de cada momento y de lo que estás haciendo; las charlas delante de la chimenea son el mejor de los entretenimientos después de la jornada laboral. Lo sé, lo sé, eso es para quien quiera hacerlo, pero lo que me gustaría remarcar en esta columna es el valor de la solidaridad, de la ayuda mutua, el ofrecer parte de tus propiedades para que alguien pueda vivir de ello, sin esperar grandes contrapartidas, excepto, quizá, poder charlar con alguien en los duros inviernos, o sentir la satisfacción de ayudar a otra gente a conseguir sus sueños? nada menos.