Además de algunas incorporaciones urbanas de importancia media en el contexto de la ciudad, como los colegios de Calatrava y San Bartolomé, la iglesia del Carmen y la capilla de San Francisco, la gran creación urbanística-arquitectónica del s. XVIII la constituye, sin duda, la Plaza Mayor, creada sobre parte de la antigua plaza de San Martín. En realidad, no añade ninguna aportación funcional al gran tema de las plazas mayores españolas, pero es la máxima, inspirada y formalmente precisa de todas ellas, incorporando en el aspecto estilístico una dinámica barroca, si bien de forma notablemente contenida, que se materializa en el motivo centra! del Ayuntamiento, convertido así en el punto de atracción tan querido por el barroco, pero cuya sutil ejecución, encajada dentro de los módulos y ritmos compositivos propios de la plaza, nos muestra la deliberada voluntad de mantener la pieza individual al servicio del orden arquitectónico y espacial que se deseaba dominante.
La guerra de la Independencia, con la ocupación de Salamanca por el ejército francés, resulta trágica para la ciudad, pues corrió consecuencia de las necesidades de fortificación de la zona S-0, situada entre las peñas de San Vicente y Celestina, de la voladura del polvorín, y de los propios hechos de armas, desaparece la práctica totalidad del patrimonio edificado que se asentaba en las laderas y vaguada del arroyo de los Milagros, borrándose del terreno un sinfín de conventos, colegios mayores e iglesias de todos los estilos y épocas, hasta una cifra que ha llegado a evaluarse en la cuarta parte de la riqueza monumental de la ciudad.
También se debe a la ocupación francesa la creación de la Plaza de Anaya, ordenada por el gobernador general Thiebault, quien hizo destruir las casas y calles situadas entre el colegio de San Bartolomé, que era su residencia y la catedral nueva.
Tras unos años de crisis extrema, con la ciudad abrumada por los exorbitantes gastos de las grandes construcciones, el impacto de la Desamortización, y una decadencia en la población, la economía y el comercio, transmitida a la realidad física ciudadana, el último tercio del s. XIX, trae el nuevo impulso comunicado por las fuerzas económicas y sociales, que vienen de la mano de una incipiente industrialización, patrocinada por una nueva burguesía, y de la aparición de nuevos elementos de transporte, como el ferrocarril, que tendrán consecuencias importantes en el desarrollo espacial de la ciudad.