A ti, por ejemplo, al que el insomnio te regala horas profundas de noche negra. Le das vueltas a tus sueños en una vorágine loca de sentimientos, que no te lleva a ninguna parte, bien lo sabes; pero te recreas morbosamente en tu pedregal, sembrado de heces.
En estos momentos, en que todo se engrandece y se desvanecen las dimensiones diurnas, el brillo de la noche te hace renegar de tu pasado y creas una falsa ilusión para tu futuro ingrato, concentrado nada más que en rencor y en sinuosa venganza.
Ni sabes bien siquiera lo que ha pasado, ni deseas tampoco saberlo. Tu análisis está hecho en nebulosa de acero, poco menos que indestructible. El mundo se puso contra ti, modelo de modelos, corazón sin tacha. La injusticia de todos contra ti.
Es duro el mundo para quien se aparta de la realidad y no sólo adquiere la costumbre de mentir a los demás, sino sobre todo a sí mismo. Los ajustes cotidianos exigen luego destrezas para las que no estás preparado y te hundes en el fango, una y otra vez. Maquinación tras maquinación. Y vuelta a empezar en la rueda de la infamia.
Deja el odio de una vez. Abandona a tus aliados subterráneos, que te llevan por las angostas veredas del sufrimiento. No proyectes tus horrores hacia quien te ha querido bien, y en el fondo te sigue apreciando. No lo dudes.
Valora lo que alguien puede haber hecho por ti. No te revuelques en las sombras y no luches con fantasmas inexistentes. Sé empático por una vez. Esa era la palabra que rehuías: Empatía.
Apártate del precipicio. Para nadie es bueno jugar a los vértigos angulosos, coquetear con simas atrayentes y menos lo es para ti, que te has desviado de la florida senda de la simple primavera. Tan simple como una flor, que crece despacio y se mece a la suave brisa, y cuando llegan las caricias del buen tiempo recibe el aliento firme, que le permite abrirse y darse.