OPINIóN
Actualizado 25/03/2017
Ángel González Quesada

"Ch'un bel morir tutta una vita onora"
FRANCESCO PETRARCA.

Un nuevo uso parlamentario de la inmensa pacatería acumulada en las mentes de demasiados representantes públicos españoles, ha hecho que sea rechazada la posibilidad de tramitación de la proposición de ley de Eutanasia y suicidio médico asistido, presentada hace días por un grupo parlamentario de la izquierda política. Las "razones" esgrimidas por los contrarios a la mera posibilidad de tramitación de la citada proposición para "argumentar" su rechazo, van desde los tópicos más frugales a los lugares comunes más trillados, pasando por los consabidos escrúpulos lingüísticos, las inquietudes nominales, las prevenciones morfológicas o las cuitas gramaticales. En realidad, tanto el mismo rechazo a siquiera tramitar una ley tan necesaria para la dignidad de las personas, como las excusas para hacerlo, no han sido sino otra muestra más de la patética medianía política que se respira en este país, de la medrosa tiritona inmovilista que muestran demasiadas fuerzas políticas en cuanto atisban la posibilidad de cambios importantes y de la decepción continuada que la ciudadanía experimenta ante unos parlamentarios que rehúyen una y otra vez reformar en profundidad las normas de inspiración franquista que impiden, todavía, el cabal ejercicio de la libertad.

La eutanasia y la opción al suicidio asistido son derechos fundamentales de la persona, que las instituciones públicas han de regular, atender, apoyar y facilitar, pero que no pueden ser coartados, impedidos o anulados por ninguna opinión particular o partidista, y mucho menos, como es el caso español (aunque se disfrace con ropaje de táctica política), por la presión real de instituciones religiosas que ni han comprendido la naturaleza de la vida humana ni han hecho esfuerzo alguno por entender la evolución científica y de pensamiento de las sociedades en que medran. Tampoco es de recibo que esa continuada negativa a reconocer un derecho fundamental, esté condicionada por creencias religiosas particulares, tabúes, leyendas medievales, liturgias, cepos mentales, extremismos, brujerías varias, anatemas o visiones alojadas en la cabeza de personas cuyo cometido (gubernamental, legislativo, judicial, médico-sanitario o policial), haya de influir en el reconocimiento de un derecho que va más allá de sus devociones sobrenaturales.

El reconocimiento del derecho de la persona a decidir libremente sobre su propia muerte cuando se den circunstancias adecuadas, o la libertad de los allegados, con la suficiente información médica, para decidir el final de la vida de quien no puede hacerlo por sí mismo, es otra asignatura pendiente en este país. Un país de santeros y santones, con exceso de mediocres mentales y masas de miedosos de la libertad, con legiones de creyentes en nada y especialistas en todo, de vírgenes de escayola condecoradas, de ritos ridículos y de cofrades enmascarados, de cabras desfilando y más y más, incapaces de respetar la dignidad de su vecino, y cuyos representantes públicos, con esta enésima negativa a siquiera hablar de eutanasia, siguen despreciando el sufrimiento de sus semejantes, ignorando los muros de dolor sin sentido que mantienen a cientos y cientos de personas consumiéndose en la desesperanza, obviando la angustia de familias enteras a las que se condena a prolongados padecimientos gratuitos, insultando la dignidad de la vida cuando se la somete a un final escabrosamente pasivo y faltando gravemente al respeto al ejercicio de la libertad. Un país cruel.

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