OPINIóN
Actualizado 25/03/2017
Eusebio Gómez

Cierto día, el Cardenal Weisman discutía con un inglés utilitarista sobre la existencia de Dios. A los argumentos del religioso, respondía el inglés con mucha flema: No lo veo, no lo veo.

Entonces, el Cardenal tuvo un rasgo ingenioso. Escribió en un papel la palabra Dios y colocó sobre ella una moneda. Le preguntó:

? ¿Qué ves?

? Una moneda.

? ¿Nada más?

Muy tranquilo, el Cardenal quitó la moneda, y le preguntó de nuevo:

? Y ahora, ¿qué ves?

? Veo a Dios.

? Entonces, ¿qué es lo que te impide ver a Dios?

El inglés se calló como un muerto. El dinero, a veces, nos impide ver a Dios en el mundo, en los acontecimientos, a Jesús y a los demás.

Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos (Jb 42,5). Muchas personas no conocen a Dios ni de oídas. Para verlo es necesario tener los ojos de la fe, los ojos bien abiertos. J. B. Metz habla de la mística de los ojos abiertos. Y así dice: La experiencia de Dios inspirada bíblicamente no es una mística de ojos cerrados, sino una mística de ojos abiertos; no es una percepción relacionada únicamente con uno mismo, sino una percepción intensificada del sufrimiento ajeno. En cambio, el místico de ojos abiertos abre bien los ojos para percibir la realidad. A Balaam se le califica el hombre de ojos perfectos , que contempla visiones del Todopoderoso en éxtasis, con los ojos abiertos.

San Francisco Javier enseñaba a su discípulo Barceo a acercarse a las situaciones desconocidas y nuevas de los territorios lejanos de Asia hablando desde los libros vivos que son las personas, a las que primero había que acercarse con un espíritu contemplativo de escucha para poder ayudarlas desde su realidad: Esto es leer por libros que enseñan cosas que en libros muertos escritos no hallaréis, ni os ayudará tanto para fructificar en las almas

Es una pena el no saber descubrir a Dios en los acontecimientos de cada día; nos faltan unos ojos de fe para confirmar que nada es profano aquí abajo para quien sabe ver; pero aquí radica nuestra dificultad, pues no somos capaces de ver la presencia y la acción del Espíritu en los individuos, en la sociedad y en la historia de los pueblos.

Quien ha dado este paso, quien se ha encontrado con Dios en la raza humana, no huye de la realidad de este mundo, sino que se compromete más cada día y es, a su vez, la realidad de cada día, por más fuerte que sea, la que lleva al contemplativo a encontrarse con Dios. El prójimo, los amigos, las ceremonias religiosas, la belleza del mundo no pasan a ser irreales tras el contacto directo del alma con Dios; al contrario, es entonces cuando se hacen reales esas cosas que antes eran medio sueños (Simone Weil). Es la realidad la que nos tiene que llevar a Dios y es la oración la que nos tiene que llevar a ver y a contemplar la realidad en la que estamos inmersos. Aprender a ver la realidad es la condición necesaria para poder contemplarla. Al contemplar a Jesús, nos vamos transformando en Él y sabemos que cuando Jesús se manifieste, seremos semejantes a Él, pues lo veremos tal cual es (1Jn 3, 2).

Sólo el místico encarnado puede descubrir a Dios en todo lo creado, y es la hondura de la realidad y en contacto con ella donde el ser humano se realiza plenamente. El hombre se autodestruye cuando se aleja de la realidad de Dios y de los demás. El amor da unos ojos nuevos para ver lo invisible. Sólo se puede contemplar bien lo que se ama y es, precisamente el amor el que nos hace poner el corazón y los ojos en lo que amamos. Por el amor se ve, con el amor se ve. Es el amor quien ve (José Martí). El amor nos lleva a encarnarnos, a meternos en la piel del otro.

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >Es el amor quien ve