OPINIóN
Actualizado 25/03/2017
José Ramón Serrano Piedecasas

Hace la friolera de unos cincuenta años cuando leí "Résistence et soumission" de Dietrich Bonhoeffer. Desde entonces, según mi estado de ánimo, lo releo con sumo placer. "Resistencia y Sumisión" recoge una colección de cartas escritas a su novia y amigos desde la cárcel berlinesa de Tegel, entonces administrada por la Gestapo. Misivas, para fortuna de sus lectores, sacadas clandestinamente por uno de los guardianes de esa siniestra prisión. Bonhoeffer, pastor protestante, colaboró en la fundación de la Bekennende Kirche, la Iglesia Confesante, minoritaria, militante, enfrentada siempre al nazismo avasallador. En 1943 le arrestaron durante un año por facilitar la huida de judíos. A mediados de 1944 lo internaron en la cárcel de Tegel por encontrarse implicado en el fallido atentado urdido desde la Abwehr y la Werhmacht contra el Führer. Su tío, Hans von Dohnanyi, su cuñado, Paul von Hase, y su hermano Klaus, también implicados en la conspiración, fueron fusilados. Bonhoeffer murió ahorcado en el campo de concentración de Flossenbürg un mes antes de finalizar la guerra. Un médico del campo que asistió a su ejecución, recogió sus últimas palabras: "Este es el fin, para mí el principio". Bonhoeffer no era ni protestante ni católico, en un sentido religioso. Sólo se tenía por cristiano. Los sectores tradicionalistas le acusan de muchas herejías. A saber, no cree que las palabras de la Biblia procedan de la divinidad, tampoco en la concepción virginal, en la historicidad de la resurrección de Cristo, y menos en un dios hacedor de milagros y hazañas maravillosas. Bonhoeffer carece de un pensamiento religioso. En una de sus cartas escribía: "la trascendencia la conforma el prójimo que hallamos en nuestro camino?". Se hace preguntas y huye de las respuestas categóricas y excluyentes. ¿Cómo hablar del cristianismo al margen de todo lenguaje religioso? ¿Qué pasará cuando el mundo se explique por sí mismo y la "hipótesis Dios" resulte ya superflua en un mundo adulto? ¿Qué sucederá cuando se reconozca que la justicia y el altruismo no son patrimonio de ninguna creencia religiosa? Son interrogantes contundentes, anticipadas, que hoy se formulan muchas personas conscientes y serenas a lo largo y ancho de este mundo. En una de sus cartas escribía: "¿Cómo, desde la mundanidad (weltlichkeit), se podrán reformular conceptos tales como: el arrepentimiento, la esperanza, la justificación o la santidad"? Y más adelante: "el más allá y la victoria sobre la muerte deben vivirse siempre en el "más acá". Dice aún: "Me gustaría hablar de Dios no en los límites. O sea, desde la debilidad, la enfermedad o la muerte, como acostumbra hacerlo el pensamiento religioso, sino hablar desde el centro, desde la fortaleza y altruismo del ser humano". Los "límites" mejor dejarlos de lado. Los "más allá" y sus equívocas consolaciones mejor dejarlos al costado del camino. Lo "trascendente" no reside en la creencia, más bien en el hacer. En suma, lo que se hace por mejorar esta vida compartida. Eso es lo debido, lo racional y lo inteligente. Simone Weil cuenta, ochenta años atrás, que al contemplar una procesión de humildes pescadores portugueses tuvo una intuición arrolladora: "El cristianismo es la religión de los esclavos". Lo comparto. El cristianismo fue una enseña alzada por esclavos y desheredados. Una enseña que decía: "todos queremos, aquí y ahora, ser tratados como seres humanos". De ahí su enorme difusión. Tal enseña, sin embargo, la cambiaron las autoridades religiosas, siglo tras siglo, por enormes palacios, catedrales y privilegios sociales. No obstante, otros, después que lo hiciera el judío Jesús, el hijo de un carpintero, la empuñaron. La vienen pasando de mano en mano. Casi siempre manos incircuncisas, laicas, ateas o agnósticas. Para todos ellos mis respetos.

PD. Dietrich Bonhoeffer. "Resistencia y sumisión". Salamanca. Ediciones Sígueme. 4ªedic. 1983.

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