Entonces se distinguía a un cura al menos por el alzacuello. Para viajar muchos ya no llevaban sotana, aunque en España costó mucho soltarla; iban de "clerigman". El año 58 del siglo pasado hice un viaje por Europa con una pequeña mochila, mi buen español de Castilla y muy poco francés. Ya de vuelta desde Colonia, cuya bella catedral conservaba todavía las heridas de los proyectiles de la Guerra, cogí un tren para Barcelona, pasando por Lourdes. Precisamente en el mismo tren venía a Lourdes un cura yugoslavo. El trayecto era largo y pesado y durante la noche coincidimos en una ventanilla respirando la brisa del verano de Europa. La única manera de entendernos era hablando en latín; así que hablamos en latín al menos del tiempo y de nuestro origen y destino. Yo había estudiado latín en un seminario y, aunque era un latín de cultura y no directamente para la conversación, me valió en los años 50 para recibir lecciones de Filosofía y Teología, que se impartían en la Universidad Pontificia, para expresarme por escrito en exámenes y hasta para defender oralmente en público una tesis Sobre la evolución. Y ahora me valía para entenderme con un cura yugoslavo en la lengua común que heredamos de los romanos. Esa lengua había echado hondas raíces en la cultura de Europa, incluso prestando muchas palabras a las lenguas que no son de origen indoeuropeo. Así lo han atestiguado muchos pensadores y poetas europeos, por citar algunos, los alemanes como Hölderling, Rilke o Leibniz, muchos de los cuales se formaron en escuelas y colegios dirigidos por pastores evangélicos, que tenían a gala cultivar el humanismo clásico, y así el latín perduró como lengua de la cultura europea, más allá del Renacimiento, hasta el siglo XVIII; y en algunos reductos hasta el XX, como acabo de decir. El filósofo Leibniz, por ejemplo, aunque escribió también en alemán y en francés, las obras fundamentales las escribió en latín, que aprendió como lengua de cultura en la biblioteca que heredó de su padre, un culto pastor protestante. Él mismo nos dice que empezó leyendo y releyendo a Tito Livio.
Fue precisamente desde mediados del siglo pasado cuando el latín comenzó a ser despreciado y a ser considerado como "lengua muerta", y poco después se abandonó su estudio en los colegios e institutos; precisamente cuando Europa, cuyos estados se unían en el Mercado Común, comienza a perder sus señas de identidad cultural, una de las cuales era la herencia de Grecia y Roma y su humanismo. Pienso que a ello contribuyo en los años 60 el bueno de Juan XXIII al suprimir de un papirotazo el latín de la liturgia católica e introducir las llamadas lenguas vernáculas para acercarse al pueblo. Entonces también la Iglesia romana perdió "in situ", es decir en cada pueblo y parroquia, una de sus señas de identidad, que lo había sido desde hacía veinte siglos. Pero precisamente cuando se pierde algo importante es cuando uno se da cuenta de que lo necesita, y por eso ahora se empieza a escribir libros y artículos que reivindican el latín como cosa nuestra, la lengua de Europa. ¿Y por qué si tenemos un latín que podría ser adaptado a la situación actual acudimos al inglés, si los ingleses nos hacen el "brexit", y los americanos quieren ponernos "un muro"? Pues ?dirán muchos - porque nos venden las cosas en inglés, y compran y venden mucho. Pero podemos responder: el español y el italiano y las demás lenguas románicas son el latín de hoy, como el griego moderno es el griego antiguo evolucionado. Pues podríamos intentarlo. Podríamos comenzar empleando bien los latinismos tan abundantes que empleamos mal: "groso modo", no "a groso modo", "motu propio", no "de motu propio". Y volviendo a entender las etimologías de la medicina y la farmacia, como las aprendían los médicos y farmacéuticos de antes. Un italiano ha escrito un libro muy interesante, cuyo título entendemos todos: Viva il latino, storie e belleza de una lingua inutile. Y eso quiere decir que esa lengua que dábamos por "muerta" está viva. Que fue la lengua de una cultura que hemos matado, el humanismo; y que si la volvemos a la vida podemos también resucitar el humanismo, que es mucho más y va mucho más allá que la tan cacareada "solidaridad". Podría valer para entendernos los europeos, cuando no hablamos de dinero, sino de humanidad, cuando hablamos como hombres y mujeres, como seres humanos.
Parece que alguna de las últimas leyes de Educación en España quieren meter de nuevo el latín en las clases. Hace pocos días me encontré con un profesor que en el Instituto está traduciendo con sus alumnos La amistad de Marco Tulio Cicerón. Y podrían traducir también La brevedad de la vida de Séneca, que enseña a emplear bien el tiempo de ocio, el tiempo libre; y la Retórica y el Derecho de Quintiliano, estos españoles que llevaron a Roma su sabiduría a la vez que nos la dejaban en Hispania, que es la España que hemos heredado, que empezaba en Tarraco y Cartago Nova y llegaba a Finis-terrae.
Pero no sé si nos dejarán estos progres europeos, que quieren arrancar de cuajo las raíces de la antigua tierra de Europa.