La estudiante llega tarde y se disculpa. Fue a buscar a unos amigos a Orly y quedó atrapada unos momentos en el pequeño caos que invadió los accesos al aeropuerto. Alguien había forcejeado con una militar intentando quitarle su fusil y en el tiroteo subsiguiente fue abatido el asaltante. Ante las sospechas de que pudiera haber bombas en las terminales o en los parkings todo se cierra inmediatamente. Esta semana no estoy viajando, pero ello no es óbice para que esa situación me pudiera, me puede, pasar en algún momento. Son los tiempos que corren. Cada semana ocurren incidentes de esa guisa que tienen distinta presencia en los medios. La militarización de esos espacios públicos no impide estos altercados que ya se asumen como inconvenientes de la vida corriente, como una tormenta o una huelga de celo del personal aéreo.
Pregunto al grupo de estudiantes si sienten que el clima de (in)seguridad se ha agravado o no, si su percepción del momento les genera un mayor o menor grado de preocupación. Me sorprende su indiferencia. Pareciera que no va con ellos y que apenas si es un cambio de decorado, una situación anecdótica. O, quizá, la procesión vaya por dentro y no quieran hablar ni reconocer que esta lluvia fina les va calando poco a poco, configurando una estructura de valores nueva que, una vez instalada, supusiera un cambio rotundo de paradigma vital. Acostumbrados todos a un régimen de excepción permanente con una justificación inequívoca de las causas que subyacen en este clima, sometidos al albur de la ignominia.
Mi relativo asombro genera un comentario crítico de mi parte por su aparente despreocupación. "Profesor", me responde la estudiante, "en Chile a mi generación preocupa más cómo devolveremos los créditos que tenemos y que en su día pedimos para pagar la carrera universitaria". "El sistema es igual que en Estados Unidos", añade un segundo estudiante. En un instante pareciera que lo global se diluye en lo particular, que lo universal se reduce a lo individual, que los asuntos que atañen a la colectividad son derrotados por el egoísmo, pero es un espejismo. De inmediato soy consciente que la trampa reside en la confrontación de opuestos ideales; con independencia del repudio que me produce mi propia moralina. Intentar ver los dos escenarios en un mismo entramado, saber de su superposición, huir del reduccionismo simplificador que está por doquier, espeso, inquietante.