OPINIóN
Actualizado 21/03/2017
José Javier Muñoz

Lo sepamos o no, nacemos con inclinaciones ajenas a nuestra voluntad. Además de la herencia genética ?ineludible hoy por hoy para el común de los mortales?, al venir al mundo arrastramos atavismos innatos que han ido dando forma al instinto universal de supervivencia. Sobrevivir como especie depende de que nos reproduzcamos, y para ello la Naturaleza ha puesto el cebo del placer. Sin gustirrinín no compensaría traer más individuos al mundo. La valoración del sexo nos diferencia a los seres humanos, y más colectivamente que de forma individual. Cada pueblo y cada época histórica han tenido sus ideales, tótems y tabús. En esta materia Carl Gustav Jung atribuía concepciones opuestas a Occidente y Oriente; dos formas de entender la vida simbolizadas en sus héroes: en el mundo occidental el héroe responde a una concepción patriarcal, viril y violenta; en Oriente, el héroe es pacífico, se relaciona con la identidad femenina, la madre Naturaleza y el Nirvana. Pero hay un símbolo que desde tiempos prehistóricos está presente en casi todas las culturas conocidas: el falo.

El que aquí al lado se reproduce es un menhir de 1.500 años antes de nuestra Era que procede de Valdefuentes de Sangusín y puede verse en el primer patio del Museo de Bellas Artes de Salamanca. En el Levante peninsular se han encontrado exvotos ibéricos del siglo quinto antes de Cristo que representan hombres con el falo erecto. Numerosos templos de la India reproducen representaciones de los órganos masculino y femenino, el lingam y el yoni. El dios de la fecundidad del antiguo Egipto, Min, era representado con el miembro erecto, y los egipcios que colonizaron Grecia celebraban la fiesta de la fecundidad de primavera paseando en procesión un pene gigantesco. Los troncos de los árboles a los que trepan los mozos en las fiestas de primavera, los mayos, son representaciones del miembro masculino como símbolo de fertilidad. Seguro que no era el propósito de los urbanistas festejar la primavera cuando decidieron instalar estos bolardos de piedra en la salmantina calle del Arco. Pero nunca faltan mentes calenturientas que sexualizan y politizan todo lo que tocan (es un decir), como un historiador mejicano de origen argentino llamado Enrique Dussel que relaciona la falocracia con la conquista española de América: "La falocracia, imperio constituyente del falo, es un sucedáneo o un determinante a veces de la plutocracia. La sexualidad es así como una reproducción de la dominación política, económica y cultural". En su caso, no pueden quejarse porque en el Nuevo Continente nuestros compatriotas utilizaron en mayor medida el falo que la espada, a diferencia de los anglosajones y otros colonizadores varios, que exterminaron las poblaciones indígenas allí donde ponían la espada y la lanza, símbolos o sucedáneos fálicos muy poco fecundos.

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