Cuántas veces hemos pasado por esa calle salmantina que tú tan bien conoces y que mantiene desde hace décadas una tapia, óleo de grafiteros, que guarda un solar; o por esa otra que tiene una fachada de mampostería, como si de un decorado se tratase, con un corsé metálico y de cemento que la sostiene y evita el arrumbamiento, o con un edificio carcomido de años y abandonos que los arquitectos municipales han ordenado apuntalar para que no se derrumbe sobre los viandantes (los vecinos hace mucho tiempo que escaparon de la ruina), y hemos pensado que alguien debería hacer lo preciso para que esa calle dejase de estar desdentada.
Hay paseantes que en sus idas y venidas, especialmente los jubilados que como golondrinas cosen y recosen con sus pasitos cortos el aire de las calles, reparan en la afrenta y protestan al viento, y nunca falta un enterado que explica al resto el porqué del hueco, como si su sola existencia no fuera suficiente, y les habla de herencias, de avaricias, de especulaciones, o de malas querencias.
-¿Y qué? ?responde rápido uno de ellos-, si las gentes no son capaces de arreglar sus asuntos privados civilizadamente, o la codicia les obliga a ser incívicos, tendrán que ser los organismos competentes los que tomen medidas porque, a fin de cuentas, las calles de las ciudades son de todos los ciudadanos y nadie tiene derecho a tenerlas indefinidamente entorpecidas y agraviadas.
-Según tú? ¿cuál sería la solución? ?pregunta el sabidillo.
- Muy sencilla ?explica el ofendido-, debería darse a los propietarios un tiempo, todo lo amplio que se quiera, para que construyan en su solar, o procedan al derribo del edificio ruinoso y levanten uno nuevo. Pasado el plazo sin hacer nada, el Ayuntamiento o la autoridad competente pasaría a ser el titular del terreno que podría vender o construir en él lo que considerase oportuno.Calles con caries
Cuántas veces hemos pasado por esa calle salmantina que tú tan bien conoces y que mantiene desde hace décadas una tapia, óleo de grafiteros, que guarda un solar; o por esa otra que tiene una fachada de mampostería, como si de un decorado se tratase, con un corsé metálico y de cemento que la sostiene y evita el arrumbamiento, o con un edificio carcomido de años y abandonos que los arquitectos municipales han ordenado apuntalar para que no se derrumbe sobre los viandantes (los vecinos hace mucho tiempo que escaparon de la ruina), y hemos pensado que alguien debería hacer lo preciso para que esa calle dejase de estar desdentada.
Hay paseantes que en sus idas y venidas, especialmente los jubilados que como golondrinas cosen y recosen con sus pasitos cortos el aire de las calles, reparan en la afrenta y protestan al viento, y nunca falta un enterado que explica al resto el porqué del hueco, como si su sola existencia no fuera suficiente, y les habla de herencias, de avaricias, de especulaciones, o de malas querencias.
-¿Y qué? ?responde rápido uno de ellos-, si las gentes no son capaces de arreglar sus asuntos privados civilizadamente, o la codicia les obliga a ser incívicos, tendrán que ser los organismos competentes los que tomen medidas porque, a fin de cuentas, las calles de las ciudades son de todos los ciudadanos y nadie tiene derecho a tenerlas indefinidamente entorpecidas y agraviadas.
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Hay paseantes que en sus idas y venidas, especialmente los jubilados que como golondrinas cosen y recosen con sus pasitos cortos el aire de las calles, reparan en la afrenta y protestan al viento, y nunca falta un enterado que explica al resto el porqué del hueco, como si su sola existencia no fuera suficiente, y les habla de herencias, de avaricias, de especulaciones, o de malas querencias.
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Hay paseantes que en sus idas y venidas, especialmente los jubilados que como golondrinas cosen y recosen con sus pasitos cortos el aire de las calles, reparan en la afrenta y protestan al viento, y nunca falta un enterado que explica al resto el porqué del hueco, como si su sola existencia no fuera suficiente, y les habla de herencias, de avaricias, de especulaciones, o de malas querencias.
-¿Y qué? ?responde rápido uno de ellos-, si las gentes no son capaces de arreglar sus asuntos privados civilizadamente, o la codicia les obliga a ser incívicos, tendrán que ser los organismos competentes los que tomen medidas porque, a fin de cuentas, las calles de las ciudades son de todos los ciudadanos y nadie tiene derecho a tenerlas indefinidamente entorpecidas y agraviadas.
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Hay paseantes que en sus idas y venidas, especialmente los jubilados que como golondrinas cosen y recosen con sus pasitos cortos el aire de las calles, reparan en la afrenta y protestan al viento, y nunca falta un enterado que explica al resto el porqué del hueco, como si su sola existencia no fuera suficiente, y les habla de herencias, de avaricias, de especulaciones, o de malas querencias.
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