OPINIóN
Actualizado 18/03/2017
Ángel González Quesada

Poco a poco, inteligentemente (o no tanto) dosificadas, con la intensidad precisa de dulzor y peloteo, y en los momentos que consideran adecuados los controladores de las encuestas y los dueños de las agencias, las noticias sobre la monarquía española y sus miembros o representantes, van cayendo como pequeñas gotas almibaradas (bien amargas para muchos) en el tráfago de la información y en la dinámica política de un país a cuyos representantes ni se les ha ocurrido ?ni habrían dejado- cuestionarse el porqué de la existencia (todavía) de una institución impuesta por el franquismo además de inútil y caduca, y cuyos bochornosos atavismos, significado, sentido y hasta pervivencia abaratan el contenido democrático de la convivencia.

La "celebración" de mil días del rey reinante o el conocimiento de las grabaciones hechas hace décadas a su padre, o las cuitas judiciales de su hermana y las correrías de su sobrino, son sólo algunas de las noticias que ni rozan el núcleo de la institución, es decir, su misma existencia, y que han salpicado recientemente un territorio informativo (es un decir) en el que la monarquía ha sido protegida, desde su obligada implantación, con una aceptación periodística (otro decir), tan bochornosa en su ausencia de crítica y tan deprimente en su bovino seguidismo como indignante en su unánime amén.

Posiblemente, en estos días en que la usura y la codicia han arrojado a tantos a la miseria y la esclavitud, la principal preocupación de la mayoría no se centre en cuestionar la forma política del Estado español (la Monarquía parlamentaria, una contradicción en sus propios términos), aunque su oropel escueza cada día más, pero la condición de súbditos de un rey (y no de ciudadanos absolutamente libres) con que los españoles nacen desde 1975 y que a los anteriores ha sido impuesta, no contribuya, precisamente, a alcanzar ese sentimiento de orgullo patrio que tanto persiguen, precisamente, los más encarnizados defensores de la monarquía.

El cuestionamiento de la forma del Estado, y particularmente, la eliminación (o seria discusión libre sin manipulación ni condicionamiento) de la monarquía impuesta por el franquismo, es una de las más urgentes tareas que los representantes del pueblo español habrían de emprender ?si es que buscasen ser aceptados como auténticos representantes-, por limpieza democrática, por dignidad y por coherencia con su propia función representativa de la soberanía (so-be-ra-nía) popular. Y en unos momentos en que se plantea la reforma de varios artículos de una Constitución de apaño -gracias al debilitamiento actual de los partidos sumisos con la herencia del franquismo y gracias a la creciente indignación (ya era hora) con el precio de la pompa y circunstancia-, el replanteamiento de la forma de Estado y la eliminación (o al menos el refrendo popular) de la monarquía, podría suponer un momento de inflexión, un punto de partida, un replanteamiento para que el pueblo español, ése mismo que el artículo primero de la Constitución señala como aquél en que reside la soberanía nacional, iniciase un camino de regeneración política, crítica de lo consabido, cuestionamiento de lo intocable y reinvención de argumentos para los espacios donde hoy reina lo inservible.

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