La trama urbana se ampliaba en determinados espacios públicos destinados a la relación y al intercambio, como era el caso de la primitiva plaza del Azogue Viejo, en las inmediaciones de la Catedral Antigua que, posteriormente, al expansionarse la ciudad hacia el Norte fue sustituida por la plaza de San Martín, enorme recinto integrado por las actuales plazas Mayor y del Mercado, más varios espacios adyacentes, en el que se desarrollaban todo tipo de actividades, singularmente las de mercado de productos agrícolas y artesanales, así como las de festejos públicos.
Las parroquias, en número de veintiséis, constituían puntos de atracción, alrededor de los cuales se agrupaban los habitantes del entorno próximo, configurando, en consecuencia, una pequeña comunidad de significación religiosa y civil. La mayor parte de las iglesias parroquiales fueron construidas al calor de la repoblación del s. XII, conservándose actualmente, más o menos transformadas una decena de ellas.
A todo ello habría que añadir la referencia a las tres grandes funciones urbanas que Salamanca desempeñara para el futuro: la función comercial como centro de intercambio de una extensa comarca; la función eclesiástica y religiosa, consecuencia del asentamiento de la sede episcopal y de numerosas órdenes religiosas; finalmente, la función universitaria, que se irá desarrollando desde la fundación de la Universidad en 1218.
En el s. XVI, la ciudad alcanza su plenitud demográfica. El impulso de los Reyes Católicos y el Cardenal Cisneros al fomento de los estudios, motiva la creación de Colegios mayores, edificios universitarios, seminarios, etc., los cuales adquieren tal proporción que su conjunto forma una unidad urbana de características propias: la Ciudad Universitaria.
El auge económico, motivado por el comercio de la lana, la riqueza latifundista de la nobleza y el impulso de la Universidad, que propaga las ideas humanistas, produce un desarrollo urbano-arquitectónico, que hace de Salamanca la ciudad renacentista por excelencia.