El arte sigue siendo un valor refugio para tiempos difíciles. Al menos las firmas de mayor relevancia. Y eso se acaba notando en una feria tan consolidada como ARCO. Se acaban las piruetas sin red. Sólo se admiten piruetas que son ya historia. Las piruetas de ciertos consagrados que se adelantaron. Eso sí vale dinero. Es prestigio. Y el prestigio sí que puede ser dinero.
La mayor parte de galerías que muestran y venden lo hacen con cuadros, fotos y esculturas que puedan ser colgadas sin rubor en cualquier despacho, salón y domicilio. Estos años de atrás había instituciones públicas, museos que compraban obras muy atrevidas de autores muy jóvenes, y que sólo eran pensadas para esos lugares y compradores (empezando por los precios de abuso en algunos casos). A día de hoy la popular feria madrileña vuelve a ser patrimonio del coleccionista y del arte de cierta consolidación. De los valores más seguros y menos relativos. Para no olvidarnos que el arte es también un elemento de consumo no necesario, y que ese tipo de bienes menos materiales hacen estupendos refugios de capital de cierta solidez. Y de gusto también. Es la consideración más universal del arte. El arte no sólo como bien cultural si no un valor tangible claro. Más el valor de museo en sentido tradicional del término que el de centro de arte como una innovación museística no demasiado contrastada, aunque más actual. Volver a valores culturales mucho más consolidados y seguros. Despejar de carga relativa conceptual y coyuntural, y ahondar más en el valor intrínseco de la obra según los cánones más establecidos. No es volver al arte de siempre (que no, eso no, que el arte es bastante dinámico), pero sí conservar cierto aura de maestría, de valor entendible y encima seguro. Solidez contrastada en la obra y el artista. Más al gusto y al dictamen del mercado real. Mucho más objetivo y justo. Poco pues ya de valores inflados según ciertos intereses.