OPINIóN
Actualizado 13/03/2017
Antonio Matilla

En contra de uno de mis últimos propósitos, a saber, que no compraré más libros hasta que no termine de leer los que tengo a medias, acabo de comprar el libro de memorias del Cardenal Fernando Sebastián, "Memorias con esperanza". Su lectura me está resultando, a la par, apasionante y dura.

Apasionante, porque deja al aire muchas de las raíces de mi fe y de mi visión del mundo, para poderlas examinar críticamente y comprenderme a mí mismo un poco mejor. Particularmente interesante me han resultado los primeros capítulos en los que describe el ambiente religioso, familiar y social de los años previos a nuestra Guerra Incivil, de la propia guerra y primeros de la postguerra. Habiendo nacido yo una década después de su final, me permite sin embargo hacerme una idea clara de la vida de mis padres y abuelos y, sobre todo, de la intensidad y compromiso con que vivían la fe cristiana. No gustaban mucho mis padres de rememorar aquellos años, probablemente por el dolor que reavivaban en su conciencia y por la necesidad de que sus hijos, mis hermanos y yo, creciésemos en un ambiente nuevo, libre de odio. Por eso agradezco al Cardenal Sebastián que me haya ayudado a entrar en la trastienda de mi alma.

Lectura dura, sin embargo, por reavivar en mí la conciencia de una vocación malograda. Suele ser conveniente estar en la Historia en el momento y lugar adecuado. Si no lo estás, es mucho más difícil, a veces imposible, dar curso a determinadas vocaciones (no se trata de la vocación cristiana o sacerdotal, que siempre son difíciles de seguir, sino de las vocaciones intelectual, cultural, artística, etc?) Me refiero a la Crisis que se produjo en la Universidad Pontificia a finales de los años sesenta del pasado siglo y en los primeros setenta y que me tocó vivir de cerca. Tuve la suerte de estar en el momento adecuado durante mi época de estudiante universitario, a pesar de todas las dificultades que el cardenal Sebastián va desgranando página a página. Tuve la mala suerte, una vez terminada mi etapa estudiantil, de haber sido testigo adolorido de la explosión de individualismo y provincianismo que llevó a muchas Órdenes Religiosas y a la mayor parte de los obispos españoles, a montarse "la guerra por su cuenta" y el "chiringuito universitario" en su propia diócesis, desgastando y socavando así a "la Ponti", amén del proceso de secularización de nuestra sociedad y de la consiguiente crisis vocacional, que ha reducido enormemente el número de alumnos en las Facultades eclesiásticas. A eso hay que añadir "la enemiga cordial" que se instaló en las élites de mi propia diócesis contra las Instituciones Universitarias en general y contra la Ponti en particular. Es difícil dar coces contra el aguijón, aunque algunos hayan conseguido quebrarlo. La suma de oportunidades y dificultades a cada uno nos van llevando a tomar la decisión de lo posible. Dios siempre abre ventanas aunque las puertas las cierren otros, de modo que el trabajo fructífero por el Reino de Dios y por la Iglesia siempre es posible y todos deberíamos acabar diciendo aquello de "somos humildes trabajadores de la viña del Señor", que es muy amplia.

Estoy a punto de adentrarme en las páginas centrales, que seguramente abordaré con más tranquilidad y provecho, con la curiosidad apasionada de a quien no le ha tocado decidir, pero sí sufrir ?o gozar- de las decisiones de otros durante los últimos cuarenta años de la vida de la Iglesia y de la sociedad españolas.

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