A una de sus primeras obras, el narrador vallisoletano Gustavo Martín Garzo le ponía el hermoso título de El amigo de las mujeres, una gavilla de textos, embriones narrativos los más, en los que, con delicadeza y poesía, realizaba una exaltación, una dignificación de lo femenino.
Tomamos prestado su título para reivindicar esos mismos valores, asociados con las mujeres, con lo femenino, que nos parecen tan esenciales e imprescindibles, para una dignificación de la sociedad, como son los del afecto, el cuidado, la entrega, la dedicación desinteresada y generosa hacia los demás, la disponibilidad, el contacto con lo inmediato y con lo próximo, la sensibilidad... y tantos otros valores que, desde niños y a lo largo de nuestra vida, hemos recibido de las mujeres y los seguimos percibiendo en ellas.
Hasta que la sociedad no se feminice no se humanizará lo suficiente, como para hablar de un nuevo tiempo, de una nueva época, de un mundo más abierto y más fraternal. Porque los valores que hemos citado tienen que ver, justamente, con esa sociedad mejor que hemos de tener siempre presente.
De ahí que haya que condenar siempre y de modo rotundo y que haya que desterrar sin contemplaciones esa lacra que corroe a nuestra sociedad de la violencia machista. Y que haya que realizar una labor, en el sentido de los valores a que aludíamos, en el mundo educativo, una labor realizada, de modo sistemático y cuidadoso, con los niños, adolescentes y con los jóvenes.
Solo así avanzaremos de verdad como sociedad y solo así nos dignificaremos todos. Porque hay que lograr que no sea necesario celebrar un día internacional de la mujer, como ahora lo hacemos, pues, cuando se hayan alcanzado todos estos valores, esenciales, a los que aludimos, ya no hará falta, puesto que todos los días serán días de la mujeres, días de las mujeres. Y tal es el objetivo al que hemos de tender: a la erradicación de esas violencias monstruosas que determinados hombres cometen sobre las mujeres, alentadas muchas veces y de modo implícito por unas directrices sociales y propagandísticas erróneas, impulsadas por determinados hombres.
Cuando éramos niños, nuestras madres y mujeres familiares, junto con las vecinas, en las tardes soleadas propicias, se juntaban a realizar unas hermosas y antiguas labores de bordados antiguos, u otras más urgentes y necesarias de coser, remandar, zurcir, y, al tiempo, cuidaban de nosotros. Aquel rumor femenino, tan entrañable y hermoso, lo conozco desde niño y sé lo decisivo que es para la humanización de la vida y del mundo.
Al tiempo, era de labios de las mujeres, sobre todo, de los que recibíamos la memoria antigua cantada y contada: romances, cantares, leyendas, cuentos..., historias maravillosas que llegaban a nuestro corazón desde los labios femeninos, desde aquellas mujeres que, como Sherezades, mantenían y transmitían la llama verbal de lo más hermoso del mundo y del ser humano.
De ahí que, ya desde nuestra raíz, nos hayamos sentido, a lo largo de toda nuestra vida, como amigo de las mujeres. Y, en el transcurso de nuestro existir, hemos tratado de aprender siempre de ellas, de recibir de ellas ese fulgor de los valores de que hablamos: afecto, cuidado, entrega, dedicación desinteresada y generosa hacia los demás, disponibilidad, contacto con lo inmediato y con lo próximo, sensibilidad..., tan decisivos e imprescindibles para un mundo mejor.