En la vida suelen encontrarse parteaguas. Un antes y un después. Situaciones que cambian el rumbo de una trayectoria.
No siempre surgen de nuestra voluntad. Pueden aparecer como consecuencia de agentes exteriores. Yo he escuchado a personas decir que han vivido dos, tres o cuatro vidas. A veces, la transformación resulta evidente tanto para el sujeto que la vive como para las personas a su entorno.
Esta peculiaridad de la existencia no hace más que echar luz sobre su misteriosa constitución. El control de las cosas se aleja de las manos. Nuestra estatura se encoge y el vasto universo, o la vasta complejidad de la vida en la Tierra, nos mira desde lo alto y levanta su pie de cobre para aplastarnos. Pero no me pondré trágico, la longeva vida también nos pone flores en las manos y nos refresca en los días de calor con el soplo del viento.
Son muchas las conversiones de la mujer y el hombre en la literatura. Pablo de Tarso, Dante Alighieri, Teresa de Cepeda y Ahumada, y Alonso Quijano dejaron de ser ellos mismos por Jesucristo, Beatriz y los libros de caballerías. También se me vienen a la mente las redirecciones de las trayectorias de las vidas de Concha Urquiza y, en el último momento, de Juana Ramírez de Asbaje. Yo conozco al menos un cambio en mi vida.
Probablemente, Ud., lector fiel, piense en un caso propio. Además, sin muchos esfuerzos, seguramente pueda citar otros casos de la ficción o de la vida real. Sin embargo, si bien todo esto se reviste de algún interés, me parece que convendría reparar en otro aspecto de este asunto. ¿Conocemos a alguien que haya cambiado por nosotros? ♦
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