El nivel de papanatismo alcanzado en los últimos tiempos en este país en relación con la importancia que se otorga a lo insustancial, y la falta de mesura, adecuación, sensatez y sentido de la medida en que cae la difusión de lo insignificante, han llegado ya a tales cotas de absurdidad, que en una sociedad de por sí bastante devota de la memez, cualquier necedad es elevada a los altares de la difusión masiva, otorgándole las tertulias de comadres televisivos y las páginas de cotilleo una magnitud de supuesto interés, que en absoluto se corresponde con su naturaleza, en ocasiones ya bastante bochornosa.
Ha sucedido con la artificial polémica creada a raíz de una escenografía carnavalesca en Las Palmas, que parece haber ofendido los sentimientos religiosos particulares de cierta gente, que ha pretendido que sus privadas sensibilidades sean defendidas por las instancias judiciales públicas, como si lo que ellos creen y las imágenes que ellos adoran tuviesen (cual talibanes) que ser impuestas oficialmente a todos los demás. Más ridícula que esa pretensión (ya antigua y cansina) de querer convertir en delito penal los pecados particulares de los feligreses, ha sido el artificial escándalo provocado en los patios de vecindad que son hoy televisiones, radios, periódicos, revistas, blogs y otros instrumentos de la verborrea, que, a favor o en contra, han entrado al trapo de los fundamentalistas religiosos dándole cancha a lo que no la merece, pero contribuyendo, con la absoluta falta de profesionalidad de estos ridículos rifirrafes, a mantener las mentalidades de tipo inquisitorial que abundan entre los ignorantes, a forjar estúpidos bandos de hooligans espirituales enfrentados y, sobre todo, a seguir manteniendo, remarcando y remachando una opinión pública cada vez más soez, mezquina, vulgar y miserable.
Ha sucedido también, quizá con más bochornoso ridículo por la estirada seriedad con que se ha tratado el supuesto escándalo, con la respuesta a la emisión de un programa en una cadena televisiva de Euskadi en el que, en uso de la libertad artística y de expresión, sus autores expresaban opiniones, contaban chistes, emitían juicios de valor, aventuraban suposiciones, realizaban afirmaciones o subrayaban negaciones referidas a la visión que de España y de los españoles (y su circunstancia, que diría otro hispano de pro), tenían los personajes del programa. Como sucede cada vez que a los neoinquisidores españoles (que abundan) se les pone delante de la cara su propia incongruencia, las espadas flamígeras se han alzado en busca de anatema y castigo para quien ha osado criticar de tal modo lo que algunos creen inalterables e intocables esencias de la idiosincrasia nacional.
Podrían citarse muchos más casos en los que los atavismos que han paralizado y paralizan la sana convivencia en libertad e impiden la limpia confrontación de ideas y opiniones, se han convertido en una especie de escándalo nacional y guerra de bandos, merced a la incansable y despiadada búsqueda de audiencias de unos medios de comunicación que han ido adaptando su oferta a lo más rastrero de las manipulables masas de mirones. Pero nadie, en estas batallas de griterío y tontuna, ha reparado en los ataques a la inteligencia y sensibilidad (no precisamente religiosa) de miles y miles de ateos, agnósticos o laicos, así como descreídos del patriotismo y alérgicos al "espíritu nacional", que ven cómo su país, gracias al papanatismo generalizado, se convierte rápidamente en el reino de la baratura intelectual y la grosería. Y llega la Semana Santa...