Entonces lo cogí en mis brazos, sentí como se movía en ellos y se acurrucaba, como buscando adaptarse a mí y me miró con esos grandes ojos. Acerqué mi mano a la suya y me cogió el dedo con fuerza, como si no quisiera soltarme nunca más y entonces lo supe. Supe que lo más maravilloso del mundo había llegado y que las lágrimas que caían por mi rostro no eran fruto del miedo o la duda, sino de la más absoluta felicidad.
En la sala, en un rinconcillo, una lámpara alumbraba un revoltijo de ropa que parecía moverse.
Me acerqué y ahí estaba él, bajo el calor de la ropa, la manta y la lámpara encendida. "Vaya, esta ropa te queda demasiado grande, tío", pensé.
Lo cogí en brazos, aparté la mantita de su cara y ahí le vi por primera vez. Creí que sentiría algo, una llamada o una señal, algo que me demostrara que ese era mi hijo, que estábamos unidos por lazos invisibles? sin embargo no sucedió nada de eso. Acerqué mi dedo a su mano para que lo agarrara y lo hizo. Me encantó sentir su manita con esos largos y delgaditos dedos abrazando el mío y observé sus uñas amoratadas antes de volver a mirarle a los ojos y hablarle: "Mateo, guapo, soy papá?"
Lloré al ver los esfuerzos de la madre, valiente hasta el final, en la que siempre confié, por su gran corazón. Entonces me di cuenta de que adoraba tener a mi hijo en brazos, pero que los lazos que esperaba que existieran como algo místico que nos uniera no estaban ahí, o al menos yo no los sentía.
En mis brazos tenía a mi hijo. Ese día nos presentamos formalmente: "Mateo, soy papá". Ese día empezó una nueva relación de cariño, amistad, compañerismo, respeto y, cómo no, una relación entre padre e hijo.
Poco a poco, día a día, con cada sonrisa, cada pañal, cada lágrima, cada abrazo y cada juego los lazos se fueron creando hasta el punto que, sólo hablar de él, me hace sentir emociones que guardo sólo para él.
El día que te conocí no sentí nada especial, sin embargo ahora siento, y con intensidad, todo aquello que esperaba sentir el día que naciste.
Hoy esperamos a nuestro segundo hijo, Martín...