OPINIóN
Actualizado 28/02/2017

Uno de los grandes problemas de América Latina ha sido tradicionalmente la inestabilidad política y el subdesarrollo económico, facilitado por un sistema de partidos poco estable y con una oligarquía rapaz que se sucedía a sí misma en el marco de un Estado débil, a lo que se unía la descarada injerencia norteamericana.
Las posibilidades del cambio político y económico eran escasas. Cuando se producía un cambio político solía ser consecuencia de un golpe de estado o de una aventura en las calles que llevaba al gobierno de turno a negociar,
Así fueron los cambios en Venezuela, Bolivia o Ecuador, y no digamos nada de los estados centroamericanos. Mientras en Argentina el siempre poderosos peronismo, agitando la calle, lograba una sucesión familiar a favor del matrimonio Kirchner. En Brasil, un partido de izquierdas alcanzó el poder sin necesidad de utilizar la calle como arma frente a la oligarquía, en tanto que en Perú, un militar, Ollanta Humala, antiguo partidario del golpe de estado, se hacía con la presidencia democráticamente después de varios gobiernos inestables dirigidos por presidentes acusados de corrupción, como Alan Garcia del APRA o Alejandro Toledo.
Por suerte, el desarrollo de la globalización económica y el comercio mundial favoreció extraordinariamente el crecimiento económico en América Latina, mientras Europa se hundía en una crisis económica y financiera de final incierto.
Tras años de crecimiento económico aprovechado desigualmente por gobiernos de izquierdas y gobiernos de derecha, la bajada en el precio de las materias primas y la reducción del comercio mundial hizo aparecer la crisis económica en la mayoría de los estados, al mismo tiempo que se hacían públicos sucesivos escándalos de corrupción que desde Brasil se extendieron por toda América Latina haciendo tambalear a los Gobiernos latinoamericanos.
El caso Odebrecht está golpeando a distintos países donde mandatarios y miembros de partidos gobernantes recibieron suculentas mordidas de esta empresa brasileña dedicada esencialmente al sector inmobiliario.
La aparición de la corrupción amenazó el Gobierno de Dilma Roussef , la sucesora del mítico Lula da Silva, que se desangró con la constante dimisión de ministros acusados de corrupción y acabó apartada del poder por decisión parlamentaria, mediante una serie de triquiñuelas legales organizadas por un corrupto presidente del Congreso.
En la actualidad, el panorama económico y político en América Latina no es nada halagüeño, si miramos hacia Venezuela encontramos un país desangrado, con una escasez de subsistencias alarmantes, con un Parlamento que no puede aprobar las leyes porque se lo impiden las sentencias judiciales de un Tribunal Supremo dependiente del poder Ejecutivo. Un Poder ejecutivo que impide los procesos electorales, acosa y encarcela a los opositores políticos e insulta a gobernantes extranjeros con total impunidad. La situación de Brasil no es mucho mejor con un Gobierno interino rechazado por una gran parte de la ciudadanía, con una deuda pública galopante y con una enorme corrupción que ataca el centro del sistema político.
Respecto a Argentina, la contestación peronista mediante huelgas al Gobierno Liberal de Macri acentúa los problemas económicos del país e impide la estabilidad gubernamental, mientras las acusaciones de corrupción golpean a la anterior Presidenta y a su equipo. Apenas unos pocos países escapan de esta situación de inestabilidad y bajo crecimiento, es el caso de Ecuador donde el populista Rafael Correa, inicial partidario del Bolivarianismo venezolano y del indigenismo de Evo Morales, supo entrar en un terreno de moderación política y aprovechando el crecimiento económico comenzar a construir nuevas infraestructuras, un sistema sanitario público, mejorar la educación, etc. El Gobierno de Correa ha dejado una sucesión política ordenada desde el punto de vista democrático. En un situación similar dejó la presidencia de Perú Ollanta Humala que supo mejorar la gestión gubernamental en beneficio de sus ciudadanos más pobres aprovechando la ola de crecimiento económico. De la antigua división izquierdista y antiimperialista liderada por el venezolano Hugo Chavez junto con Evo Morales de Bolivia, Cristina Kirchner de Argentina y Rafael Correa de Ecuador con la sombra omnipresente de los hermanos Castro de Cuba, solo quedan Venezuela, Bolivia y Cuba, cada vez más aislados del resto del continente.
El fracaso de ese movimiento antiimperialista y populista, teñido de seudo-izquierdismo, y que se presentaba como modelo político para la Europa democrática es completo, ya ni nuestros populistas se atreven a mencionar a Venezuela y su carismático comandante Hugo Chavez.
A lo mejor, y es mi deseo, la crisis y la lucha contra la corrupción política en América Latina pueden facilitar el camino hacia la preservación de la democracia sin experimentos seudo-revolucionarios y populistas de nefasta memoria.

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