La Alberca sigue siendo ese lugar donde se mantienen estas hermosas tradiciones, llenas de misterio, de ritos y de color, donde nadie se siente extraño, donde se acoge al visitante como a uno más de la casa
Se acerca la Cuaresma, y La Alberca prepara su alegre Carnaval. Desde niños tenemos en nuestra retina esta fiesta, donde un mozo con unos cencerros en su cincho por, con bálago de centeno, su cara pintada de negro y con horca de madera en ristre, llegaba a la plaza donde le esperaban los "Patahenos", mozos que estaban embutidos en sacos llenos de heno contra los que el toro arremete haciéndoles rodar por el empedrado de la plaza.
Cuando el toro arremetía contra el "pataheno", nos tocaba tener que levantarlo, ya que metido en tanto heno les resulta imposible ponerse por sí solos en pie.
Y el toro arremete contra todos, sin poder hacerlo con aquellos que se encuentran subidos en los poyos, y así en una especie de corrida, se pasa la mañana en el martes de Carnaval.
Este era el día de echar el "Limón", plato típico, compuesto con limón, naranja, huevo cocido, carne asada, ajo, aceitunas, un rocío de vino blanco o tinto y bien bañado en aceite de oliva, todo revuelto, y encetábamos el pan reciente para coger un buen coscurro de pan para untar, aunque es un plato que admite variantes, pues también es rico con escabeche y sentados al amor de la lumbre degustábamos este rico manjar mirando el cintilar de las llamas.
En la tarde las "Maragatas"; mujeres ataviadas con sus vistosos trajes, pero tapándose la cara para no ser conocidas, llevando de la mano un palo con una cuerda que en su punta tenía una vejiga hinchada, con la que te daban si te acercabas, pero a su vez llevaban en su farraco caramelos que ellas nos repartían para regocijo de todos los niños
Cerrándose la fiesta con el tamboril, que bien "El Chagüe ", "El Guinda", o "El Curioso" nos alegraban con sus sones de gaita y tamboril.
A partir de este día nos metíamos en "Cuaresma", ya paraba el tamboril y la gaita, ya todo era silencio y recogimiento, ni siquiera oíamos el tañer de las campanas, solo escuchábamos la matraca desde el poyo de la Culitraca.
La Alberca sigue siendo ese lugar donde se mantienen estas hermosas tradiciones, llenas de misterio, de ritos y de color, donde nadie se siente extraño, donde se acoge al visitante como a uno más de la casa, toda La Alberca es corazón.
Quiero endulzaros el día en un recuerdo cariñoso, las torrijas de la tía "Primi".
Andrés Barés Calama