El otro día hablando con un amigo novelista sobre el género de las biografías en nuestro país, le exponía mi visión de experto en el tema recordando aquella crítica y queja de Ortega y Gasset cuando escribió que en España el género biográfico apenas existe, "porque en España no interesa la vida de los demás" (literal) salvo si en alguna faceta coincide mucho con el lector, o si se cuenta algo morboso del biografiado. Esto lo escribía en 1935, en un lúcido ensayo biográfico sobre Goya. Le dije a mi amigo que la situación en el presente era la misma y que lo sé porque llevo casi veinte años investigando y escribiendo biografías (más de quince de grandes artistas y cerca de veinte libros publicados). Y en un momento determinado me salió la afirmación:
Y para terminar mi defensa sobre este título auto otorgado argumenté que cuando ya no hay abuelas que alaben, ni jefes, ni editoriales que publiquen libros con el riesgo del mercado, ni lectores que comenten lo leído, ni amigos que tengan tiempo de compartir más allá del "me gusta" o el silencio, se impone jugar con uno mismo nuevos roles, como el rol de la abuela maravillada con su nieto.
Silenciar las propias obras es tan estúpido como sobrevalorarlas o pregonarlas desaforadamente, como tanto se acostumbra actualmente en las redes.
He escrito numerosas biografías utilizando la primera persona para poder meterme mejor en la piel del biografiado (lo aprendí de "Lazarillo de Tormes") y dar un carácter más auténtico al relato. Esta práctica me ha facilitado hablar también de mí las pocas veces que merece la pena; cuando se siente que si no hablas no existes para los que deseas que te conozcan o reconozcan.
Como el otro día con mi amigo novelista que no había leído los dos mejores libros biográficos que en mi opinión he escrito. O cuando insisto a alguna editorial que se dejen del miedo a no vender y publiquen obras valiosas: antes o después serán leídas y reconocidas.