OPINIóN
Actualizado 27/02/2017
José Javier Rodríguez

De los casi 17000 refugiados que, de acuerdo con los pactos en la UE, corresponde acoger a España, apenas han llegado 1100. Y la Defensora del pueblo afirma que España solo dispone de 2500 plazas para acogerlos. Por eso es fundamental que los ciudadanos

Guillermo Castán Lanaspa. Activista de Derechos Humanos.

En Siria, como consecuencia del terror desatado por una violencia ciega que dura ya más de cinco años, el número de personas refugiadas supera los 4 millones , la gran mayoría en países vecinos como Jordania, Líbano, Irak o Egipto, y otros 7,5 millones de personas se encuentran desplazadas dentro de las fronteras de Siria. Es decir, más de 11,5 millones de personas, aproximadamente la mitad de la población de Siria, han tenido que abandonar sus ciudades porque ya no hay viviendas, ni escuelas, ni hospitales, ni medios para ganarse la vida; ni posibilidades de sobrevivir. Situaciones idénticas se viven en Irak, Afganistán o Libia, y a la construcción de este infierno no hemos sido ajenos los países occidentales.

Solo una pequeña parte de este enorme contingente humano ha llegado a Europa, unos 200.000, con enormes sufrimientos y miles de muertos en el intento; son esas personas que los medios de comunicación nos enseñan de vez en cuando, y que tras atravesar andando medio continente para encontrar un lugar donde asentarse con seguridad, han sido concentrados en campos, en condiciones infrahumanas, y bajo control y vigilancia militar. Son esas personas que caen a menudo en las garras de mafias por la sencilla razón de que los gobiernos europeos no han abierto vías legales para que puedan entrar. Son esas personas cuyos cadáveres siembran las playas del sur de Europa y cuyos niños mueren ahogados en trágicas circunstancias.

Y sin embargo, ACOGER 200.000 REFUGIADOS NO SUPONE NINGÚN PROBLEMA REAL YA QUE NO SON MÁS QUE EL 0,04% DE LA POBLACIÓN EUROPEA. Además, la dimensión burocrática parece sepultar la realidad de que los refugiados no son números, no son cosas provisionalmente situadas fuera de su sitio, desubicadas, sino que son seres humanos sufriendo una realidad brutal provocada por otros seres humanos. Por eso es una catástrofe humanitaria que no tiene parangón en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

La Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de las Naciones Unidas de 1951, firmada por más de 140 países, considera refugiados a las personas que se encuentran fuera de su país de origen al correr riesgo de sufrir violaciones muy graves de sus derechos humanos y no pueden volver a su país porque su gobierno no puede, o no va a protegerles. Por lo tanto, la legalidad internacional debe ser cumplida escrupulosamente por nuestros gobernantes, del mismo modo que ellos exigen a los ciudadanos que cumplamos las demás leyes. Y no está siendo así; la UE y los países europeos se han colocado, al menos hasta ahora, fuera de su propia ley en este asunto, y así lo reconocen los organismos de Derechos Humanos de la ONU.

Por tanto, parece que los estados de la UE han renunciado a sus valores y principios fundamentales al hacer oídos sordos a las violaciones de DDHH que se producen en sus fronteras.

Paradójica situación en la que, para proteger nuestros valores, hay que vaciarlos de contenido y convertirlos en palabras huecas. Ante el triunfo de la simpleza argumental, de la irracionalidad y de la banalización de la ética cívica en la que se basa la solidaridad, el mundo de la cultura no puede permanecer en silencio; no puede callar ante el cortejo de refugiados en condiciones miserables y sin derechos humanos. Deshumanizados por nuestra percepción y por nuestra conducta frente a ellos. La realidad de la época impone a la cultura un deber de politización. Cada palabra tiene eco, cada silencio también.

El Grupo Local salmantino de Amnistía Internacional quiere animar a nuestros ayuntamientos, en tanto que representantes de una ciudadanía solidaria, a que colaboren con empeño, sin trabas burocráticas ni prejuicios ideológicos, en las soluciones ofreciendo al gobierno las plazas de asentamiento y acogida necesarias para sacar del barro, del hielo y de las alambradas a esos seres humanos que se han visto atrapados por una violencia asesina y ciega.

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