Superar el trasformismo y la apariencia
Nos acercamos al retorno anual del acontecimiento de los carnavales. Unas fechas y manifestaciones relevantes, sobre las que merece la pena hacer alguna reflexión.
El carnaval es una práctica antigua que da paso a la celebración de la cuaresma, tiempo de penitencia, de abstinencia y de retiro para la oración y vivencia de los sacramentos, que es un tiempo central de cuarenta días ("cuaresma") con el que los cristianos nos preparamos para la celebración de los misterios centrales de la religión cristiana: la Semana Santa de la Pasión y Muerte de Jesús, y la gran fiesta, la fiesta Mayor, de la Pascua.
El carnaval es una celebración de tipo pagano, que precisamente trata de enfrentarse a las austeridades cuaresmales con los revestimientos y las prácticas de exceso como algo previo a la cuaresma y réplica de algún modo a los recatos cuaresmales. Es una especie de protesta o de afirmación del hombre pagano o antirreligioso frente a las prácticas que en otro tiempo parecía imponer la Iglesia.
Pero el carnaval tiene otras connotaciones extrarreligiosas de mayor alcance. Se trata de aparecer como otra cosa distinta de lo que realmente somos. Y tiene su trascendencia en un tiempo en que lo importante parece ser, no lo que realmente se es, sino lo que se aparenta. La imagen sobre la realidad. Parecemos víctimas de un trasformismo que intenta sobrepasar la realidad de las personas y de los grupos, y dar primacía a los acontecimientos de apariencia, sobre el ser real, incluso de los estados y de la sociedad. Y posiblemente también de la misma expresión y vivencia religiosa.
Yo soy bastante aficionado al cine y asisto a la proyección de películas que en estos días quieren mostrar las cintas que están nominadas para los diferentes premios Óscar. Y me llama la atención que las películas más apreciadas sean precisamente las que tienen una apariencia más notable de la imagen y los efectos especiales, sobre el contenido y el fondo de las historias narradas. La imagen sobre el fondo.
Quizá es efecto del relativismo en el que estamos asentados, por encima de las esencias o realidades permanentes, tanto humanas como religiosas. Se suele decir que estamos viviendo en una época de la posverdad. Ya no hay verdades fijas y objetivas, cada uno vive y presenta o defiende su propia verdad. Incluso no hay nada válido por si mismo, sino que son verdad aquellas cosas que proponen y defienden las mayorías.
Así nos luce el pelo. La realidad es continuamente cambiante y no tenemos puntos de referencia que sirvan de apoyo a nuestros pensamientos y sentimientos más profundos, y contribuyan a darnos algún tipo de seguridad, psicológica y espiritual.
Estas situaciones de inseguridad y de cambio continuo, fuerza ciertas manifestaciones de grupos sociales y políticos que tienden a afirmarse en su ser con el rechazo de los que no aparecen como miembros del propio grupo. Son las manifestaciones de exclusión y separatismo, con dimensiones de nacionalismo y aún fascismo, que hoy vemos emerger y fortalecerse en diferentes lugares de nuestro mundo.
Marie Le Pen en su reciente visita al Líbano, donde se entrevistaba con las diferentes autoridades del país, al intentar visitar al gran Muftí o autoridad religiosa máxima de los musulmanes, y pedirle que se presentase con la cabeza cubierta por el velo tradicional de las mujeres musulmanas, prefirió renunciar a la entrevista con la referida autoridad, argumentando que ella no pretendería que los musulmanes se tengan que someter en Francia a las tradiciones religiosas de su país, país que por otra parte se reafirma en sus sentimientos y espíritu básico de laicismo religioso.
Le Pen no ha querido perder su identidad ni siquiera por un corto periodo de tiempo mientras realizaba la visita. En ella no cabe el disfraz ni la apariencia. La práctica transformista, carnavalesca o de apariencia y disimulo, ni siquiera pasajera, no tiene cabida en su concepción y práctica social. El espíritu francés por encima de todo. Otra afirmación semejante hemos oído recientemente: América es lo primero.
Si celebramos el carnaval como fiesta o manifestación cultural, procuremos al menos no vivir permanentemente manifestaciones de transformación carnavalesca.