OPINIóN
Actualizado 20/02/2017
Redacción

Cigüeña blanca Ciconia ciconia

Con esta pose se mostraba la cigüeña sobre una robusta encina, en la localidad de La Fuente de San Esteban (Salamanca), el 5 de mayo de 2013 Imagen y textos: Carlos Blanco

Inmutable, a pesar que debajo tenía lugar una gran concentración scout, junto con sus familias, vehículos, jolgorio? Sin perder detalle de lo que abajo ocurría, ella estaba a lo suyo, y lo suyo no era otra cosa que tener a buen recaudo y bien atendidos a los tres cigoñinos que, tan solo en una ocasión, pude percibir por unos instantes.

Se pasó toda la jornada del nido al prado y del prado al nido; elegante en vuelo y en andares. ¡Me río yo de las pasarelas de moda! ¡Ni un traspiés! Para elegante, ella, vestida con un simple traje de plumas blanco y negro, carmín rojo al pico y "botas" altas, a juego con el carmín. Desconozco el nombre del modisto o modista de tan bella creación. Ni un bicho se le resistió. Allí, cada uno andaba a lo suyo entre la multitud. Los scouts por un lado y ella, a pesar de la algarabía, a la captura de saltamontes, ranas, culebras, escarabajos?

"Sobre la encina

hilvana la cigüeña

sueños alados"

Este encuentro trajo a mi memoria aquellos años de mi niñez y de mi infancia cuando se jugaba fuera de casa y, sin temor alguno, recorríamos todas las calles del pueblo ?La Alameda del Gardón, Calzada de Valdunciel y Ledesma- encontrando, en ocasiones, bajo la espadaña de la iglesia un cigoñino estampado contra el suelo y -en el mejor de los casos para nosotros-, alguno que otro dando las últimas boqueadas, con su negro pico y cuerpo algodonado. Juro que tratábamos de reanimarlos con agua, pan, caricias... pero el final era siempre lo mismo: R.I.P. Eso sí, organizábamos un buen entierro, que para eso ejercíamos de monaguillos y, como tales, sabíamos mucho de eso, de recortes de obleas, vino, varillas de cohetes portugueses, pichones en el campanario y tas la confesión, la consabida penitencia. Una cosa era segura y es que antes de que Don José María -el cura de la primera población- se diese cuenta de que las peras, ciruelas, manzanas e higos de su huerto hubieran madurado, nosotros ya habíamos hecho la consabida "cata", aunque fuese a la carrera.

Recuerdo que yo mismo me preguntaba que cómo siendo las cigüeñas de Dios y haciendo el nido sobre la iglesia, Él permitiera una muerte tan cruel. Entonces no lo entendía -ahora tampoco-, y menos cuando uno ve las Noticias en la tele y demás medios de comunicación. Aún no comprendo cuando veo "esas caras y caritas de terror" arribando a tierra, o intentando traspasar los alambres de espino -casi a diario-, en busca de un anhelado mundo mejor, y Dios y la mayoría de nosotros tan tranquilos pero, mientras no nos toque en propia piel?

Aquellas andanzas emergen de mi memoria con la nitidez de haberlas vivido intensamente. Imagino al indefenso cigoñino siendo expulsado del nido por alguno de sus glotones hermanos. Se repetía una escena semejante a la que Miguel Delibes narra en "Tres pájaros de cuenta", en una de sus múltiples incursiones por los robledales de la localidad burgalesa de Sedano; cuando observó cómo el pollo de cuco expulsaba a sus pequeños hermanastros del hogar que un petirrojo había construido en la oquedad de un muro.

Precisamente, y sirva como otra anécdota "cigüeñil", esta misma semana, Lola ?compañera en el centro escolar donde imparto clase-, contaba a nuestros alumnos una historia ocurrida durante su niñez, en la localidad salmantina de Valero, en que la protagonista también era una cigüeña.

Como el padre de Lola era transportista, en uno de los viajes de regreso a casa, encontró una cigüeña que creyó herida. Con la mejor de sus intenciones, la recogió y se la llevó a sus hijos y, asombrados por el tamaño del ave, la instalaron en el desván de la vivienda. La patilarga, asustada por la situación, permanecía tumbada sobre el suelo de madera del desván y no parecía tener intención alguna de alimentarse con las abundantes pitanzas que le fueron desparramadas por el suelo. En los sucesivos días, a la salida de la escuela, la casa se convirtió en visita obligada en la que los niños admiraban aquella ave hasta entonces desconocida para ellos.

Es de suponer que la cigüeña comería los alimentos que se le ofrecían y que bebería agua de la lata porque, cada día que pasaba, la merma de exquisiteces era considerable. Ya se paseaba por el desván como si tal cosa; hasta que un día, a la salida de la escuela, la chiquillería subió decidida por las escaleras de madera que llevaban hasta el desván y al abrir la puerta, todos se quedaron boquiabiertos. Buscaron a la cigüeña, pero no se la veía por ninguna parte. La explicación que el padre de Lola les dio fue que el animal se había curado y se habría subido hasta la ventana para, desde allí, iniciar su fuga en busca de otros horizontes.

Me creo la historia, pero hasta cierto punto. Pienso que el padre de Lola estaba tan aburrido de viajar solo que pensó que la cigüeña sería una buena compañera de viaje. A la mañana siguiente debió subir con cautela por las escaleras del desván, tomaría a la patilarga en brazos, la subiría al camión y juntos iniciarían un nuevo y largo viaje. Que no se entere Lola, porque ella está convencida que se escapó volando por el ventanuco del desván. (Epero que esto quede entre nosotros)?

Esta aventura también me recuerda a la relatada por Elena Fortún en uno de sus numerosos libros titulado "Cuchifritín en casa de su abuelo", solo que allí la protagonista no era una cigüeña, sino una avutarda. Pero esa historia, a pesar de ser casi calcada, quedará para otro día.

Es de suponer que la cigüeña de la imagen habrá vuelto al mismo nido situado sobre la encina, en La Fuente de San Esteban, a muy pocos metros de la plaza de toros.

En breve pasaré por allí. ¡Bienvenida seas, un año más!

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