El otro día oí en la radio que, para asegurar el pago de las pensiones en un futuro lejano, las mujeres en edad fértil deberían tener cuatro o cinco hijos. Cierto es que nos estamos envejeciendo, porque la Sanidad de la que disfrutamos, que tendrá sus defectos y sus problemas, pero que en muchas de sus dimensiones es un modelo a imitar, nos está ayudando a morirnos cada vez más tarde y a disfrutar de mejor calidad de vida, que no es lo mismo que la 'vida buena', que deseaban los clásicos. Y cierto parece, también, que no va a haber un boom de natalidad, porque no es una cuestión meramente económica, sino también moral y espiritual. Por otra parte, aunque todo el mundo ve que un bebé acabará contribuyendo al sostenimiento de la Seguridad Social, eso no va a ocurrir hasta dentro de cuatro, cinco, seis o siete legislaturas y no parece que estemos dispuestos a esperar tanto, ni los empresarios, ni las propias parejas jóvenes, ni "el sistema", si es que eso existe. Es la mejor inversión que se puede hacer, pero su beneficio económico, afectivo y espiritual no está garantizado y menos a corto plazo.
Tampoco veo yo que los europeos tengamos muchas ganas ni mucha prisa por abrir las fronteras para que entren los inmigrantes y mucho menos los refugiados, que son, muchas veces, los más jóvenes, más fuertes y mejor preparados de sus respectivos países. Las soluciones son complejas y los populismos, de todo signo, de muy izquierda acá y de muy derecha acullá, están con la garra levantada y las fauces abiertas para tragarse el bocado electoral.
Mientras tanto, entre nosotros, hay algunos colectivos étnicos que están arbitrando soluciones inmediatas, superficiales e irresponsables. Sus jóvenes no encuentran trabajo porque no lo hay. Y, si lo hubiera, han descubierto un camino más fácil: acceder a las ayudas sociales, que no pueden concederse hasta una determinada edad, pero que ésta puede adelantarse en el caso de quedar embarazados. Y si luego esos subsidios públicos se pueden complementar con algún trapicheo ultra privado, miel sobre hojuelas. De este modo, los bebés, que en sí mismos son esperanza de futuro, quedan convertidos en monedas de cambio, herramientas útiles para conseguir una paguita segura.
Hace unos años, durante el desarrollismo y la burbuja inmobiliaria, era muy difícil motivar a algunos niños para que estudiaran y se formaran, porque quien más quien menos tenía un primo que se embolsaba miles de euros (antes pesetas) con determinados oficios relacionados con la construcción o en la cadena de una fábrica. ¿Cómo podremos motivar a estos bebés de ahora, concebidos para ser moneda de cambio de los subsidios sociales, para que cuando crezcan estudien, se esfuercen y se preparen? Torres más altas han caído, pero no sé yo quién, ni cómo, derribará estas.