OPINIóN
Actualizado 20/02/2017

Usted tal vez no se ha dado cuenta, pero está siendo víctima de una furibunda moda en la que se santifican las formas y se menosprecian los contenidos. No, no es que nos hayamos vuelto de repente más formalistas, o simplemente más formales. A la vista está que no. En eso la picaresca sigue intacta y las mangancias siguen campando a sus anchas. Incluso sobre ello algunos tribunales dixerunt et dicent.

Incluso afirmaría que estamos a la expectativa de que en foros que deberían suponerse ilustres, como sin ir más lejos los universitarios, se procuren guardar las formas, en lo que exige el fair play y los vericuetos de la pseudopolítica, entendida de modo noble y, no como simple acaparamiento de poder o como trampolín para ascensos varios.

Cuando uno habla de las formas, no se refiere a las maneras gentiles de la antigua alta sociedad, que como en tantas otras cosas, trató de ser imitada por el pueblo llano, con efectos discutidos y, por supuesto, discutibles. Tampoco al evidente culto por la imagen, como mera apariencia, que a algunos les fascina y otros nos parece un espejismo ocultador de verdades profundas y en ocasiones escasamente defendibles.

Hoy, desde este guindo de amplias perspectivas, a lo que uno se refiere es al miope culto a la forma por la forma, que en estética puede ser fundamental, pero fuera de ella nos oprime y nos limita, sin que a la vez sea garantía de nada. Y este llanto de plañidera sincera puede aplicarse a diversos campos, pero de modo especial a la Universidad.

Me entenderán, si quieren, los que dedican sus días y sus noches a este particular ámbito. Campo de minas que se encuentra bajo la mirada crítica y escéptica de buena parte de la sociedad exterior. En este país nos hemos labrado durante largo tiempo una desdichada fama, cuando lo que más trasciende no son los avances en la investigación anticancerígena o la preparación de un diccionario panhispánico de términos jurídicos, sino los plagios de ciertos sujetos de alcurnia, los aprobados in absentia de algunos atrevidos colegas o los acosos sexuales de impresentables personajes.

Ante esta marejada ¿cómo reacciona la Universidad? Pues agarrándose a las formas, tal vez como último recurso. Tanto en la docencia como en la investigación. Así, usted debe tener clara la sutil distinción entre las competencias y las habilidades, incluso le conviene haberse matriculado en enjundiosos cursos al respecto, y haber obtenido su hermoso certificado, aunque sea de menor interés si ha conseguido desentrañar el dilema ontológico que le llevó a perder en ello su escaso tiempo. Lo que debe saber hacer es copiar y pegar lo que en las memorias correspondientes algún iniciado supo redactar con inextricable ingenio.

No es menor el culto en la investigación. Algunos nos resistimos aún a ello. Pero terminaremos por claudicar. Usted no sólo debe tener claro que escribe en prosa, debe ponerlo en su plan de investigación, e incluso al inicio de su Tesis: "Esta investigación está en prosa". Debe añadir qué teoría del conocimiento ha seguido y de qué modo lo ha hecho. Debe hacerse la gran pregunta. Sin pregunta no hay investigación, en lo que estoy plenamente de acuerdo. El caso es que si no transcribe esa pregunta al principio de su estudio, el resto queda anulado. Y así sucesivamente.

Lo de menos es si usted consigue hacerse entender, de manera simple, acerca de lo que sea un litisconsorcio pasivo necesario. Lo importante es que lo haya puesto como habilidad en la ficha y como competencia que usted pretende inculcar a los sufridos estudiantes al pedir su asignación como profesor de determinada materia. Es igual si usted navega con la precisión de un arriesgado marinero entre los géneros y las especies que formuló en su día Linneus; si no ha registrado usted que esto era objetivo de su esforzado trabajo es como si no hubiera hecho nada. Parecido es el resultado si usted ha permitido un paso más en la objetivación de las garantías procesales: si no lo ha planteado como objetivo de la investigación, es como si hubiera rayado el agua.

Se equivoca el lector si entiende este discurso como contrario a la metodología. El que suscribe la venera, la santifica y procura cultivarla. Lo que se critica y se abomina es que después de aplicarla rigurosamente, se nos obligue a presentar el flamante edificio con todos los andamios puestos.

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