No hay ni una campanita; aún no es el tiempo. La luz repica dentro de los campos. La tierra está alambrada. Qué orfandad hay en los pájaros. Las collalbas suben por el silencio hacia la eternidad. Van de mi mano sombras, cerros, nubes. Aunque voy solo, en la respiración de las encinas oigo el bisbiseo de amigos que murieron. Nunca tuve en mi interior tanta claridad. Oigo la tos de Eugenio Sallavera flotando en el camino. En la costumbre de las retamas que domina el viento, pongo mi mano. Por el resplandor feliz de la dehesa, rodeado de círculos de aulagas y gamonitas, mirando hacia lo alto mi alma sube.