OPINIóN
Actualizado 20/02/2017
Rubén Martín Vaquero

He de confesar que a la sesión parlamentaria del viernes no asistí. Me sumé al desplante de la prensa seria, haciendo piña con los representantes del Old York Times, del Berliner Express, de La Gazzeta de la Repubblica y del Le Univers parisino. La razón de esta espantada es que el día anterior supimos por el portavoz del Gobierno, que al día siguiente la Asamblea Nacional iba a debatir la organización política y la convivencia de los múltiples pueblos de Séverla. Para cubrir los acontecimientos de ese día me puse en contacto con los periodistas de las revistas La Vie en Rose y los de Hello Baby que estaba seguro que asistirían a la Asamblea. Lo hicieron y tuvieron la amabilidad de pasarme la crónica que adjunto.

"Los periodistas y el público en general que hacíamos cola para entrar a la Asamblea Nacional aguardábamos expectantes la llegada de sus Señorías, cuando oímos una música festiva que se iba acercando al Parlamento. Algunos pensamos si no sería un pasacalle carnavalero pero no nos dio tiempo a comentarlo, porque los representantes del pueblo irrumpieron en la plazuela frente a la Asamblea vestidos con sus correspondientes trajes regionales, tocando gaitas, tamboriles, guitarras, zambombas y otros instrumentos, mientras cantaban canciones de sus respectivos lugares de origen. He de confesar que aquella puesta en escena me agradó? ¿acaso hay una manera más alegre de terminar una semana de duros debates y compromisos políticos?

Al instante los ujieres abrieron las puertas traseras y subimos de dos en dos los peldaños de las escaleras para ganar los primeros puestos en la tribuna de la prensa; la jornada prometía.

Apenas ocupamos nuestros asientos empezaron a entrar sus Señorías y lo que vimos nos dejó estupefactos. Al no ir uniformados, los representantes del pueblo comenzaron a ir de aquí para allá perdidos, sin encontrar su lugar, hasta que a alguien se le ocurrió sacar una bandera. La acción prosperó y la Asamblea se pobló de enseñas que atrajeron a los respectivos acólitos como un farol a las moscas, que se fueron arracimando junto a los abanderados. Cuando consideraron que cada uno estaba donde le correspondía, el señor Presidente tomó la palabra;

-Estimados representantes de la Soberanía Nacional ?le temblaba la voz? -Hoy, partiendo de la igualdad entre todos y del firme compromiso de la solidaridad, vamos a tratar de organizar la diversidad cultural de nuestro rico país.

-¿Un país?? ¡Un país de países! ?se arrancó uno interrumpiéndole.

-¡Una nación de naciones! ?soltó otro.

-¡La suma de muchos imperios! ?gritó un tercero. Luego se generalizaron las voces:

-¡Un cosmos! ¡Una galaxia!

-¡Señores! ?bramó indignado el Presidente-, todos somos severlianos y por tanto iguales.

-¡Eso lo será usted! ?chilló uno.

-¡Unos son más iguales que otros! ?voceaban en las bancadas.

Como nadie hacía le hacía caso, el señor Presidente, indignado, se quitó un zapato? y se lo arrojó a los más próximos. Nunca lo hubiera hecho, porque el ejemplo cundió y se preparó una trifulca a zapatazos a la que nos sumamos nosotros desde la tribuna.

Cuando todo el mundo estuvo descalzo y con varios zapatazos en el rostro, el señor Presidente, que se había escondido detrás del atril de los oradores, asomó la cabeza y anunció que la organización de la convivencia entre los pueblos de Séverla lo aparcaban hasta próximas legislaturas, por lo que quedaba levantada la sesión.

Sus Señorías, refunfuñando, fueron abandonando la Asamblea cada uno detrás de su bandera, aunque todos coreaban machaconamente la misma consigna; "Si quieres que yo te quiera ha de ser a condición, que lo tuyo ha de ser mío y lo mío tuyo no."

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