Perdonen que me fustigue públicamente. Perdonen que no pueda aguantar ni un minuto más ,callado,esta estúpida y anómala situación en la que vivimos. Perdonen que no entienda, por más que lo intento, hacia dónde camina la sociedad en la que cohabito.
Me siento culpable de mi labor de padre: he colaborado en la creación de unos hijos autónomos, con absoluta propiedad de palabra y obra, ajenos a rebaños sociales. Me siento culpable que sean coherentes con sus hechos, responsables con sus actos, valientes con su asalto a la vida, temerosos de la ofensa gratuita a los demás. Me siento culpable porque los apunten con el dedo, los hieran con comentarios malintencionados, les hagan vacío social, y no sean aceptados por tener gustos sociales, lingüísticos o culturales en el extrarradio de la mayoría social que los rodea.
Me siento culpable como docente: siempre intentando inculcar la importancia del trabajo, me siento culpable de arengar a mis alumnos a comerse el mundo, me siento culpable de guiarlos hacia la cultura del esfuerzo, del saber para opinar, para no ser manipulables, ni manada;me siento culpable de reiterarles la importancia de la responsabilidad de cada una de sus acciones, me siento culpable de exigirles coherencia en sus actos, culpable porque veo que no tiene continuidad en muchos casos en el ambiente más cercano. Me siento culpable, pues los pongo en el brete ante la dicotomía de conceptos en los que hago que se encuentren, culpable de abrirles los ojos ante la realidad que se encuentran en la vida, culpable de que abandonen el "mundo de Yupi" y cuanto antes se adentren en la selva que nos rodea. Selva que hay que respetar para que nos respete, valores naturales que hemos ido abandonando.
Me siento culpable como "empresario": me enseñaron a trabajar, sin desánimo, a sonreír a mis clientes, a exigirme y a exigir para un beneficio directo de quien nos aporta el sustento. Me siento culpable de no entender las ausencias laborales cuando estas no conllevan la ausencia ociosa, culpable de no cerrar la boca para gritar a los cuatro vientos el maltrato al que se somete a la pequeña empresa y no solo por las altas esferas sino a veces, y esas son las que duelen, por los que comen de la mano.
Culpable de intentar siempre sumar, culpable de hacer grupo en vez de romperlo, culpable de opinar aunque duela, culpable de ir de frente en un ámbito dónde las dagas vuelan sobre la nuca. Culpable, de ser diferente, soberano en mi vida, franco en la más mínima duda; culpable de convivir con diferentes, crear diferentes, únicos. Culpable de huir de los manipuladores, de los creadores de estereotipos, de los abraza farolas y pega etiquetas.
Y toda esta culpabilidad? me hace inmensamente feliz.