OPINIóN
Actualizado 17/02/2017
Marta Ferreira

La ciudad sin ley es sinónimo de antítesis de la democracia. Cuando nos saltamos a la torera la ley, podemos hablar de cualquier cosa menos de democracia. Y en Cataluña cada semana tenemos algún ejemplo significativo de esta realidad, pero lo sucedido el pasado viernes con la fiscal jefe de la Audiencia Provincial de Barcelona, Ana Magaldi, excede de todas las previsiones imaginables. Tras la finalización de la sesión del juicio contra Artur Mas y sus dos consejeras Ortega y Rigau, al salir a la calle, se encontró en las escalerillas del Palacio de Justicia con un grupo de exaltados nacionalistas que esperaban a quien había cumplido con su deber de defender el Estado de Derecho y contra la que empezaron a proferir violentamente eslóganes excluyentes: "Fuera de Cataluña","mierda", "fascista". La fiscal escuchó al abandonar la Audiencia gritos de "Fuera, fuera, fuera la justicia española" y, en vez de esconderse, dio la cara y miró a quienes los proferían, porque creyó que la dignidad del Estado, al que representa, así lo exigía, y se encontró con la catarata de insultos e improperios que acabo de relatar.

¿Reacción de algunos medios de comunicación catalanes? Que la fiscal fue de prepotente, al encararse con quienes por ello la insultaron. Vamos, lo de siempre, lo que el Estado español ha protagonizado a lo largo de décadas en Cataluña y así estamos, o sea, que hay que esconderse, que hay que huir, que no se puede dar la cara para defender el Estado de Derecho porque de lo contrario vas a ser tildado de provocador. ¡Ya está bien! Defender la democracia y la legalidad no se hace de modo vergonzante, sino con sinceridad y arrojo. Y por eso yo le doy mi ¡bravo! a Ana Magaldi. Al ver la que se le venía encima, podía haber salido por una puerta lateral de la Audiencia de Barcelona, montarse en su coche oficial y adiós muy buenas. Pero no lo hizo, no hizo lo fácil, lo que a lo largo de estos cuarenta años han hecho los representantes del Estado: esconder la cabeza debajo del ala, como avestruces, y no defender la Constitución y los principios democráticos, pensando que los problemas por sí solos se resolverían. Y eso nunca es así.

En este caso, el escándalo se multiplica porque hasta ahora parecía que el poder judicial estaba a salvo de los ataques antidemocráticos. Hasta que ha ocurrido. Sí, es verdad que se puede decir que lo ocurrido ha sido obra de unos exaltados, al margen del Gobierno de Cataluña. Pero lo preocupante es que el huevo de la serpiente se ha roto y expandido, y que la dinámica secesionista va por barrios y algunos de estos son violentos y excluyentes. ¿Cómo no van a serlo si los argumentos desde las alturas cuestionan principios básicos de la democracia, como es respetar la Constitución y el ordenamiento jurídico, argumentando que por encima de ellos está una interpretación limitada, exclusiva y nacionalista de la democracia, y que a los catalanes se les impide votar y decidir su futuro, así, sin más? En mentes cerradas y poco formadas, es fácil llegar a la conclusión de que el Estado español no es democrático, casi totalitario, y que tiene miedo de perder el referéndum, y de aquí puede saltarse sin solución de continuidad a la descalificación, el insulto e incluso el odio.

Hay que dejar de mirar para otro lado, hay que enfrentarse al problema. Dilatarlo lo agrava y al fin y a la postre habrá que afrontarlo alguna vez. Mejor pronto que tarde, aunque ya es casi tarde. Estamos ante un problema político y a la vez jurídico. Con la Constitución vigente no hay salida: convocar el referéndum es ilegal, como ha puesto de relieve el Tribunal Constitucional, y no caben atajos. Con nuestro ordenamiento jurídico, conductas como las que hemos conocido pueden terminar en el ámbito penal. ¿Pero se resolverá así el problema? Me parece que no. Ambas partes deben negociar y encontrar una salida democrática. Cuando se dice que España está en una posición contumaz, se miente, más bien los contumaces son los nacionalistas que, al margen de las leyes, quieren convocar un referéndum ilegal, dividiendo a la sociedad catalana, enfrentándola sin sentido con el resto de España y abocándola a la ruina. Parece que su estrategia es llevar las cosas al límite, provocar el "choque de trenes", como medio de alcanzar por la vía de los hechos lo que con el Derecho en la mano no es posible.

¿Qué sucederá si el sentido común se abandona y el nacionalismo catalán lleva al extremo sus designios, no cediendo mediante una negociación inteligente sino extremando el problema? Mala cosa y los augurios no podrían ser peores. Sería inevitable la aplicación de la Constitución y el enfrentamiento estaría servido. De ahí que convenga entrar a fondo en la cuestión, no esconderse, y plantear una alternativa de todos los partidos democráticos españoles en bloque al desafío nacionalista. Con la cabeza fría y las ideas claras. Si aquí no vamos unidos todos, con lo mucho que está en juego, el pueblo español no lo perdonaría. No es solo la hora del Derecho, es también, y principalmente, la hora de la política. Y la política, si lo es, supone flexibilidad y cintura, por parte de todos, lo que conllevaría también beneficios para todos. El tiempo sigue corriendo y no es seguro que no nos pueda atropellar también a nosotros cuando ya no haya remedio.La cerrazón no conduce a ninguna parte, se requiere de imaginación y determinación. Mientras sea posible.

Marta FERREIRA

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