La expulsión o la conversión forzada, éste es el pecado original de los Estados?no existe nada llamado sociedad multicultural dentro de los límites del Estado-nación. G. Baumann Un primer trabajo para esta Iglesia es el de revelar la imagen oculta de lo
Desde el pasado lunes, 13 de febrero, están reunidos los obispos a los dos lados de la frontera de Estados Unidos y México, para denunciar el "muro de la exclusión" y la política de inmigración del nuevo presidente D. Trump. La reunión ha sido preparada por los nuncios papales de ambos países, aunque ha tenido un protagonismo el arzobispo Christophe Pierre, que durante nueve años fue nuncio en México y ahora en Estados Unidos. Comentan los obispos,? "Respetamos el derecho del gobierno de los Estados Unidos de cuidar sus fronteras y sus ciudadanos, pero no creemos que una aplicación rigurosa e intensiva de la ley, sea la manera de alcanzar sus objetivos, y que, por el contrario, estas acciones son generadoras de alarma y temor entre los inmigrantes, desintegrando muchas familias sin mayor consideración" (L'Osservatore Romano).
Durante la reunión de tres días en la ciudad fronteriza de San Juan (Texas), cerca de 20 obispos, debatirán sobre la nueva situación creada por el nuevo presidente de los Estados Unidos. Además de la construcción del muro fronterizo les preocupa, la situación en la que pueden quedar muchos inmigrantes, sobre todo mujeres y niños, que pueden caer en las redes de los traficantes. Los obispos, siguiendo las recomendaciones de Francisco sobre las nuevas fronteras, quieren construir puentes y redes entre las personas que puedan romper los muros de la miseria, exclusión y explotación.
Es posible que nuestra imaginación ya no pueda abrirse desde nuestra opulencia, a una realidad de sufrimiento, como sin darnos cuenta, hemos trasladado las alambradas de los campos de concentración a nuestras fronteras. Con arrogancia y prepotencia, estamos cerrando el paso como pequeños señores y dueños del mundo, expulsando a los inmigrantes y otras personas excluidas, a la más radical indiferencia. Muy lejos de esta realidad de fronteras, de alambradas y descartes, está el deseo de otro obispo en nuestras propias fronteras españolas: Mi esperanza es que un día las fronteras se vuelvan umbrales que los pobres atraviesen hacia el interior de una casa de todos, y que, en el emigrante, quienes lo reciban vean a Dios, vulnerable en sus hijos, vean a un hermano que llega de lejos, vean la belleza de un futuro más hermoso para todos... (Mons. Santiago Agrelo).
Lo globalización es imparable, vivimos desde hace años una nueva realidad, aunque totalmente prevista desde hace años. Los grandes gurús del pensamiento comentan, que se nos presentan cuatro grandes tendencias que darán un gran giro a nuestra realidad y al mundo en el que nos movemos: el envejecimiento y desaceleración del crecimiento de la población, la caída del PIB global, el incremento de la inmigración y la urbanización. De todos ellos, parece que la que más incertidumbre está creando es la inmigración, derivado de la gran diversidad étnica y cultural. La inmigración, como la urbanización o el envejecimiento son realidades consustanciales a la vida globalizada en que estamos inmersos, realidad que como la incertidumbre, no es un mal, se puede superar ahondando en conceptos como la verdad o la evidencia. En este mundo "desbocado" donde todo cambia con gran rapidez, debemos descubrir lo esencial de la existencia del ser humano, y apostar por aquello que nos humaniza, a pesar que se nos abra una realidad imprevisible y líquida.
En esa realidad globalizada se está mundializando el mercado y pero no los mejores logros humanos. El mercado nos está llevando a la cultura del mérito. En el mercado es duro, no hay gratuidad, hay lucha y rivalidad, todo hay que ganarlo y demostrar que eres mejor que otros competidores. Nos está llevando a fuerte individualismo y egoísmo, nadie da nada si no tiene contrapartida en el negocio de la vida o del ascenso social. En esta realidad de la cultura del mérito, pronto nos damos cuenta que hay personas con las que no merece la pena perder el tiempo, nada tienen que ofrecer al bienestar particular, buscando aquellos que más conviene en el trabajo, en el club deportivo y si es menester afiliarse a un partido político. No es el bien común lo que mueve, sino el bien particular. Ciertas personas nos parecen interesantes, nos ayudan a progresar, otras se descartan inmediatamente, no solo no interesan, también se ignoran. Entramos de lleno en la cultura del descarte, de la que tanto habla Francisco.
El descarte no solo eleva el egoísmo individual a la esfera de la divinidad personal, también las instituciones que hemos creado, en teoría para mejorar nuestra sociedad, descartan a ciertos colectivos. En esta cultura del descarte no son útiles los que no generan riqueza, niños, ancianos, enfermos. Todos los que no pueden gastar y generar riqueza en esta sociedad mercantilizada, aquí entran los extranjeros, sobre todo, si son inmigrantes pobres. No solo no se les deja entrar en el país, también son ignorados, no hay que preocuparse por ellos. Llegando incluso minimizar, o poner en duda, esa triste realidad sufriente de exclusión. "Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son "explotados", sino desechos, "sobrantes"" (Evangelii gaudium 53).
Ya no importan las personas, se pueden morir de frío o en las alambradas de las fronteras, nosotros a lo nuestro y si es posible, a mirar para otro lado. Nos lo recordaba don Miguel, "lo que mata no es la pasividad, sino la indiferencia" (Unamuno). Otra cosa sería que Trump tocara la economía, nuestra preocupación se tornaría en incertidumbre, vivimos más pendientes de la bolsa, el crecimiento económico o los indicadores macroeconómicos, que de las personas que viven en la pobreza o son inmigrantes. Tampoco México está libre de esta realidad, recordemos el sonido de la máquina de "la bestia", ese tren de inmigrantes auxiliados por las "Patronas", que reparten a los inmigrantes bolsas de comida y agua haga frío o calor. El obispo de Saltillo, el fraile dominico Raúl Vera, comentó en la misa de conmemoración de los 20 años de las "Patronas": "Todos debemos pedir perdón a los migrantes centroamericanos que pasan por México, ante la serie de injusticias que padecen en su trayecto"; y añadió que México hoy "está hecho pedazos" en derechos humanos. "Nadie les subvenciona. Ellas quieren dar esperanza a los que hacen este viaje". A las "Patronas" también les duele la indiferencia de muchos, sobre todo, que el 60% de las mujeres inmigrantes sean violadas y el 80% de personas sufran robos y violencias. Todavía en nuestro mundo, Cristo sigue acercándose a los pobres y anunciándoles en Reino de Dios.