OPINIóN
Actualizado 13/02/2017
Miguel Ángel Perfecto

Desde la caída de la Unión Soviética y la desaparición del comunismo, los partidos socialdemócratas europeos andan perdidos y sin rumbo, mientras la nueva derecha nacida entonces representada por los Reagan, Thacher y compañía gana elección tras elección en la mayor parte de los países europeos y Estados Unidos.
La razón de esa decadencia de la socialdemocracia como alternativa eficaz al conservadurismo está en su desvanecimiento ideológico, en su falta de alternativas a los nuevos problemas con los que se enfrenta un mundo que ya no es bipolar, con potencias económicas como China, India, Corea que arrinconan a la vieja Europa y a los propios Estados Unidos. El modelo socialdemócrata basado en un contrato social, el Estado de Bienestar, y en una Europa unida ha dejado de ser una alternativa eficaz en estos momentos de crisis económica, política y social.
La globalización económica tiene consecuencias económicas y sociales importantes al diluir el papel del Estado de bienestar y la legislación laboral protectora, nacida en la lucha de cientos de años de los trabajadores.
La deslocalización de empresas europeas y norteamericanas a otras partes del mundo reduce significativamente el tejido industrial y los puestos de trabajo, anula las conquistas laborales porque en los nuevos países no se exige el cumplimiento de esas normas protectoras y además estimula que en Europa se reduzca la protección social y los salarios en aras de la competencia internacional.
La pérdida de la industria y la notable reducción de la agricultura europea acosada por la entrada de productos más baratos de países subdesarrollados, sin ningún control sanitario, está provocando unos cambios sociales perjudiciales: envejecimiento de la población, falta de oportunidades para los jóvenes, decadencia de las ciudades y núcleos industriales que solo saben reciclarse como paraísos del turismo, vaciamiento de los pueblos que dejan un desierto humano, aumento del conservadurismo social, etc., en definitiva decadencia.
Por otra parte, a nivel político, la principal consecuencia es la crisis del Estado de Bienestar, cada vez más difícil de mantener por lo anteriormente comentado y las propias crisis económicas.
Sin industria básica, con poca agricultura, con una población envejecida y llena de jubilados ¿cómo es posible mantener los ingresos del Estado para financiar la sanidad, la educación, las pensiones, las infraestructuras, etc?.
Si a eso añadimos que, a pesar de que los agoreros neoliberales nos prometían-tras la caída del comunismo-un futuro de paz y estabilidad, la realidad es un mundo más convulso. Guerras continuas en Oriente próximo, conflictos tribales en el África negra, Estados sin autoridad apenas en el Norte de Africa y un terrorismo global de raíz religiosa que pone en cuestión las bases de nuestra sociedad. Y además estos conflictos han generado un movimiento de población enorme, desconocido desde la Segunda Guerra Mundial, que se dirige hacia Europa y amenaza con colapsar sus instituciones.
La falta de una política internacional de los partidos socialdemócratas europeos lleva a seguir sin más la política errática imperialista de Estados Unidos ante la ausencia a su vez de una verdadera política internacional y de defensa europea.
La crisis de la Unión Europea y su parálisis institucional favorece las tendencias proteccionistas, nacionalistas y conservadoras de los distintos Estados en detrimento de la Unión y su proyecto político. Sería necesario que la socialdemocracia europea abandonara sus viejas fórmulas políticas y sociales y reflexionara sobre los nuevos problemas a la búsqueda de alternativas que, sin caer en la demagogia paternalista de las subvenciones a todos los colectivos, permitieran a los ciudadanos alejarse de las fórmulas políticas conservadoras.

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