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SOCIEDAD
Actualizado 12/02/2017
Redacción

Cientos de miles de niños y niñas son utilizados en más de 30 conflictos

¿Está abolida la esclavitud en el mundo actual? Oficialmente la respuesta sería afirmativa. Y podríamos citar los nombres de William Wilberforce, de Julio Vizcarrondo Coronado, dos políticos protestantes, inglés y español respectivamente, que sudaron sangre para cambiar la mentalidad de la sociedad de su época...

Lamentablemente, nadie medianamente informado puede negar que es consciente de que la lacra de la esclavitud, que tanto costó abolir en el siglo XIX, continúa estando vigente en nuestras sociedades avanzadas; las del Internet, las de los viajes de la tierra a la luna, las de la defensa de la vida, etc. Solo han cambiado las formas, pero seguimos siendo testigos de la explotación y vejación del ser humano, de su despojamiento de toda dignidad. Ahí tenemos a las mujeres víctimas de la explotación sexual, de los niños trabajadores, de los niños soldados, entre otras muchas formas de esclavitud.

¿Podemos ser los Wilberforces de hoy? ¿Utilizando nuestra influencia sea cual sea para salvaguardar la dignidad del ser humano? He aquí la respuesta en Job 31.15: "El mismo Dios que me formó en el vientre fue el que los formó también a ellos; nos dio forma en el seno materno".

Menciono el tema de la esclavitud porque hoy se celebra el Día contra el uso de Niños Soldado, con el fin de recordar la dramática situación que viven cientos de miles de niños y niñas en más de treinta conflictos en el mundo, según UNICEF. Estos niños son secuestrados o se adhieren a grupos armados ante la desesperación de salir de una situación de pobreza extrema o por el daño infligido a ellos y a sus familias. Estos niños son golpeados, utilizados como escudos humanos, obligados a cocinar para los combatientes, a portar armas, realizar actividades peligrosas. En el caso de las niñas, acaban siendo violadas y madres prematuras, acarreando además con el estigma y los daños sicológicos que les ocasiona esta situación. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿Dónde quedan sus derechos?

Tiempo atrás, durante un retiro de mujeres Aglow, en Madrid, conocí a Marilyn Skinner, quien junto a su esposo, ambos misioneros, vivían en Gulu, Uganda. Después de escuchar su impactante testimonio sobre la labor con los niños y niñas que habían sido víctimas de la guerra en ese país, le pedí que escribiera un artículo sobre el tema. Cito fragmento del mismo:

"Gulu era una ciudad que había sido silenciada durante años de violencia sin sentido en una guerra civil entre un grupo rebelde llamado 'El ejército de resistencia del Señor' (Lord's Resistance Army, LRA) y el gobierno de Uganda. Más de 25000 niños fueron forzados a convertirse en niños-soldado o esclavos sexuales de la LRA. Sus manos fueron obligadas a mancharse de sangre, y con el miedo les manipularon para creer que la lucha era su única opción. Estos niños se vieron obligados a ponerse en contra de sus familias y a aterrorizar a su propio pueblo.

Cuando fui por primera vez al norte de Uganda, en 2008, la gente había abandonado las armas y la paz y la seguridad habían vuelto, pero Gulu estaba en ruinas. Las familias estaban rotas y todos estaban traumatizados. Las mujeres que habían sido secuestradas siendo niñas retornaban como madres de niños nacidos a una vida de violencia. Estas mujeres no tuvieron oportunidad de recibir una educación, no tenían habilidades, no tenían los medios para que sus hijos pudieran subsistir. Muchas volvieron como seropositivas, algunas tenían hijos que no deseaban, todas se habían visto despojadas de su inocencia. Aquellos que habían sufrido a manos de los soldados del LRA y cuyas casas habían sido saqueadas y quemadas, ahora debían encontrarse cara a cara con los perpetradores, quienes regresaban tras su cautividad. Los niños forzados a convertirse en soldados volvieron a una comunidad que ahora los rechazaba. No tenían hogar ni oportunidades. Cuando regresaron estaban traumatizados, aislados, eran incapaces de salir adelante.

Pude percibir un profundo vacío en la gente. Vagaban por las calles arrastrando los pies. Tenían la mirada sombría y su voz era monótona. Podías sentir el dolor y la culpa en el aire, densos como una capa de polvo rojo que el viento llevaba a través de la ciudad rota. En 1983 había seguido a mi marido a una Uganda dividida por la guerra, con tres niños pequeños, así que no era un paisaje que me fuera desconocido. Sabía por experiencia propia que sólo Jesús podía transformar las vidas que habían sido destruidas. Nada es imposible para nuestro Dios y donde nosotros, con nuestra limitada visión, vemos problemas, Él ve oportunidades. Dios puede trasformar cualquier lugar desprovisto de dignidad y esperanza, y Él puede insuflar nueva vida en él.

Sin embargo, ese día en el norte de Uganda, mientras estábamos sentados con los líderes de la comunidad y escuchábamos sus necesidades más acuciantes, comencé a desarrollar un plan seguro. Iba a llevar a esos huérfanos, a esos antiguos niños soldados, y a esas mujeres heridas a nuestros poblados Watoto en Kampala para restaurar sus vidas ... Así que en 2008 inauguramos la iglesia Watoto en Gulu. Poco después abrimos el precioso centro de Esperanza Viva (Living Hope), ahora un santuario para mujeres vulnerables. No muy lejos de Gulu, en un lugar llamado Laminadera, un campo de batalla durante la guerra, construimos casas, una iglesia y una escuela para niños que regresaban tras su cautiverio y que no tenían familias para recibirles. Hoy en día, a través de Watoto y Esperanza Viva hemos dado fuerza a más de 2.500 mujeres y rescatado a más de 600 niños en el norte de Uganda.

Dios nos ha ayudado a ver el potencial de cada vida. Nos ha ayudado a ver más allá de su pasado, su dolor y sus experiencias ... Margret Amony es una de las muchas mujeres cuyas vidas están transformando el paisaje del norte de Uganda. Margret tenía sólo doce años cuando los rebeldes irrumpieron en su cabaña en mitad de la noche y la arrebataron de los brazos de su abuela. Cuando intentó escapar, la golpearon hasta que quedó inconsciente. Al despertar, había amanecido y estaba rodeada por diez soldados. La obligaron a cargar un enorme haz de provisiones sobre su cabeza durante horas hasta que llegaron al campamento rebelde. Allí la entregaron a un capitán de la LRA, quien la convirtió en su segunda esposa. Margret era todavía una niña cuando dio a luz durante una batalla. "Parí a mi hijo, cogí mi arma, y seguí avanzando. Así funciona allí fuera", explica. Margret vivió prisionera durante ocho años. Logró escapar cuando sus líderes fueron abatidos en una emboscada de fuerzas del gobierno. Margret y un grupo de mujeres aprovecharon la oportunidad y corrieron durante tres días hasta que encontraron ayuda.

Margret fue llevada a un hospital para recuperase de sus heridas. Había recibido un impacto directo en la espalda, y había evitado por los pelos una bala que rozó su cara. Cuando obtuvo el alta, Margret descubrió que la vida en Gulu no era fácil. La marginaban y no tenía forma de mantener a su hijo. Cuando se encontraba con sus antiguos compañeros de primaria y veía cuán diferentes eran sus vidas, sentía amargura. Las posibilidades de la vida que hubiera podido tener si no hubiera sido secuestrada la llenaban de dolor. Sin embargo, hoy en día Margret no permite que el pasado la defina. Se unió a Esperanza Viva en 2008 y ahora trabaja como profesora en el departamento de sastrería que Esperanza Viva tiene en Gulu. "Antes de Esperanza Viva estaba llena de resentimiento y rabia. Me odiaba a mí misma y me culpaba por mi situación. Aquí aprendí a amarme a mí misma". (Fin de la cita)

Estos son apenas retazos de los miles de casos que se suceden en el mapa del mundo. Esperamos que no nos quedemos solo con celebraciones de un día y, cada uno, según sus dones, colabore en construir un mundo mejor.

Jacqueline Alencar

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