OPINIóN
Actualizado 10/02/2017
Raúl Vacas

"La poesía es un arma cargada de futuro" dice el ingeniero de la poesía Gabriel Celaya en uno de sus grandes poemas. Y Roger Wolfe, con la pólvora aún reciente de ese verso, acciona el percutor de sus palabras y añade: "Y el futuro es del Banco de Santander".

Hoy quiero invertir mi tiempo y mis palabras en un banco de peces, nadar contracorriente en un océano sin nombre hasta alcanzar la orilla que me salve. Recoger uno a uno los pecios y recuerdos que nos devuelve el tiempo, actualizar mis cuentas aún pendientes con la vida y el amor, repasar uno a uno los movimientos ?sístole y diástole ? de mi devaluado corazón, sacar del plazo fijo mis poemas y canjearlos por cromos en los parques, dar crédito a mis sueños, poner al día la cartilla de mi infancia, romper los bonos del tesoro aún no escondido, saldar todas las letras que me ahogan.

Porque la vida se nos va en cada suspiro, haciendo cuentas y balances, poniendo nuestros sueños en remojo para el día de la fiesta, ordenando los días y las noches como si fueran los juguetes de aquel niño que nunca más seremos. Y entre tanto, el futuro se nos escapa de las manos como un globo de helio y sólo conjugamos los verbos en presente.

Y en ese lento discurrir del tiempo las palabras pierden interés, se devalúan, dejan de ser preferentes, se cotizan a la baja. Y no encontramos ni sentido ni valor alguno en el poema y nos quejamos de lo que suben los libros y no de lo que baja la esperanza y apenas advertimos el valor añadido de un buen verso que nos haga temblar de lluvia y emoción, que nos mueva a reinventar el futuro desde la sensibilidad, desde el amor, desde nuestras acciones cotidianas.

Y mientras tanto los mendigos y los desahuciados de esta sociedad deficitaria se envuelven con sus cajas en las cajas y los bancos. Y los ancianos aguardan el temblor de los días siguientes sentados en un banco a la intemperie, desengañados de todo, repasando uno a uno los pocos granos cosechados después de tanto esfuerzo, de tanta lucha, de tanto sufrimiento.

Y así seguimos. Depositando una y otra vez nuestros bienes y nuestro futuro en los mismos bancos que nos engañaron, dando crédito a los mismos políticos corruptos, hipotecando una vez más nuestros sueños.

Hoy voy a abrir de par en par las puertas de mi blindado corazón para que salgan a volar, como vilanos, los números rojos de mis sentimientos. "El corazón, ese órgano bursátil", como diría Susana Barragués, esa sucursal de uno mismo, esa caja de caudales donde atesoramos lo que verdaderamente importa, lo que puede cambiar el curso de las cosas, lo que nos hace ricos de verdad: la emoción, la pasión, el amor.

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