Todo lo que tiene de bello el mar
lo refiero a la tarde infinita,
motores de la ciudad, jardín y cementerio
de chatarras fósiles, inamovibles y eternas.
O acaso es una referencia
al sentimiento lírico, a un estado
que acompaña al hombre.
Estas horas de mis tardes
tienen los teoremas, los signos
que conviven conmigo y, como parte viva,
construyen mi lenguaje
repetitivo, inusual, gastado,
que al final nos parece
una memoria viva.
Uno de los grandes retos en la escritura poética propone es el de construir con precarios elementos -las desgastadas palabras-, las nociones simbólicas y espirituales que permitan al hombre trascender su circunstancia concreta; construir, por medio de esos fragmentos de sentido, de esos escombros del lenguaje, fastuosos palacios de la imaginación, laberintos de exquisita ingeniería, soleados huertos de delicadas poemas, ese es nuestro trabajo,
Por eso el lenguaje poético es siempre alusivo, velado, mientras que el lenguaje descriptivo procura claridad. Se puede decir en términos muy genéricos que el primero es más creativo y el segundo más expresivo. Es también ambiguo, casi silente para que la palabra poética no pueda ser la simple expresión de una idea sino que debe crear el tema y liberarlo fuera de él mismo. También es ambiguo debido a que el poema trata de reunir sensaciones, sentimientos e intuiciones que se combinan para mostrar un reflejo de la verdad; y porque transmite una situación emocional o una experiencia de lo real.
Y luego la noche... tal vez esa historia
de nuevo repetida, sus paseantes, sus silencios,
y la lluvia por las fachadas, los árboles,
los pasos... La noche de soledad al parque
y el taconeo incesante de estatuas, de amantes
que se abrazan en los rincones del aire, la noche
que arranca de mi mis estrellas, mis sueños
y asemejan un vértice de vida, un elemento
singular, sutil, un paisaje de avenidas...
tan solitarias, tan grises, tan ocultas como el espacio
donde todo confluye, abismo de vocablos
horizonte de espera, noche, al fin, de silencios.
Se trata quizás de un proceso puramente racional que parte de una o varias hipótesis para analizarlas y llegar a una conclusión final. Se corresponde con lo que el diccionario define como reflexionar, esto es, volver sobre algo pensado, considerándolo detenidamente, profundizando en ello. Según esta definición, reflexionar implica indagar sobre algo antiguo para poder dar con su lógica interna, su coherencia, su sentido.
Esto es lo que propone la poesía para captar la Realidad. Por otro lado, lo que hemos de comprender, de ver, es algo conocido de antemano, hemos de encontrar una lógica o un sentido a la realidad de las cosas.
Llamada mármol, fría presencia y rostro
impenetrable, de párpados hundidos y de cabellos negros,
de ese volver, como entonces, a hoy, perdido el esplendor
de las voces y ecos, del jardín vencido,
atalaya del siempre y del ahora, presagio vago de abandono.
El tiempo, perdida la memoria, en la fugaz maraña
de sombras, de fantasmas que arrecian la soledad del fondo
es un desfile de estatuas insistente y perpetuo
que cabalga en la presencia yerta del ciprés,
símbolo y poniente de dolor y ronda de tristeza.
Poetizar es, pues, una indagación que abarca todo nuestro ser, no sólo nuestra parte racional o intelectiva sino también la sensibilidad y la percepción más sutiles. Una incitación a la reflexión a partir del mundo sensible: tanto de los fenómenos de la naturaleza como de las creaciones del hombre. La reflexión parte pues lo que tenemos más a mano, de lo tangible, perceptible con nuestros sentidos. Una reflexión, ésta, que pide tener la mente y los sentidos bien despiertos, atentos y abiertos. Como si ambos ?mente y sentidos? tuvieran algo así como unos sensores capaces de captar la Realidad en su absoluta profundidad, captar aquello que la Realidad está diciendo a cada instante. Para ello hay que saber callar la mente y escuchar el lenguaje silencioso de la Realidad. Hay que afinar nuestros sentidos y silenciar nuestra mente.
Me dicen que has muerto las adelfas hirientes
de los jardines yertos, y no quiero que el sueño
que retiene mi pecho se marche de esta noche
completa cabalgada, de llanto, por los bosques...
Si no existe ventana, ni lira encadenada,
a los bancos de ayer, ni a los pétalos húmedos,
si no existen arroyos sumergidos de espumas
ni cometas, de piedra, cruzando tu paisaje.
Sueños, como ausencias, de crepúsculos nuevos,
redoblan en el aire, del páramo encendido,
infinitos rumores de castillos y torres,
cataclismos guerreros y mares olvidados...
Y vienes de la sombra de mi dolor de ahora,
con sabor a la tarde, compartida en tus labios
y deshago la historia, completa, y en tus brazos
duermo la noche como un sueño encantado.
En las torres y piedras de los claustros viejos
se levanta de la noche un vergel infinito.
Desde el punto de vista del proceso de indagación, quizás también hay que aprender a mirar la realidad como símbolo de una realidad menos evidente a primera vista, como un símbolo que nos libere de los conceptos y nos permita captar lo más inefable y misterioso. Como un símbolo que apunte a lo que no se puede describir con palabras. Esta reflexión sobre las cosas como símbolo de una realidad absoluta nos llevaría más a la comprensión, casi podríamos decir a la contemplación, que a la interpretación de la Realidad.
Tal como es esa personalidad que nos hemos forjado es como interpretamos la realidad. La contemplación, en cambio, nos sitúa en un ámbito de permeabilidad a la Realidad, nos unifica con ésta, nos hace partícipes de ella. En la contemplación la inteligencia funciona sin la interferencia de nuestros patrones e interpretaciones mentales generados por nuestros pensamientos a partir del deseo y el temor. Por tanto, la contemplación puede permitir que la realidad aparezca tal como es, sin nuestras interferencias, como algo absolutamente nuevo e independiente de nosotros, esto es, independiente de las limitaciones en que la enmarcamos.