En estos tiempos de impostura universal, decir la verdad constituye un acto revolucionario. (Georges Orwell)
Seiscientos profesores universitarios de Italia han suscrito una carta dirigida a su gobierno y su parlamento denunciando el pésimo nivel lingüístico de los estudiantes. En la misiva de los docentes italianos se dice: «Aproximadamente tres cuartas partes de los estudiantes del primer ciclo de la Universidad (tres años) son de hecho semianalfabetos. Es una tragedia nacional que no percibe la opinión pública, ni los medios informativos ni naturalmente la clase política». Los medios de comunicación se hicieron eco ayer de esta noticia, que podría trasladarse punto por punto a la situación que vivimos en España.
En 1991 y 1992 publiqué en La Gaceta sendos artículos en los que dije que nos encontrábamos ante la primera generación de estudiantes iletrados de la Historia: "Es muy malo para un sociedad que se pierdan talentos por falta de medios, pero no es menos lamentable que la mediocridad suplante al talento. Estos achaques afectan a la Universidad como institución, no particularizo en las de Salamanca. Ahora bien, la amenaza de ruina es particularmente grave para Salamanca porque la Universidad es signo de identidad y primera fuente de riqueza. ¿Ocurrirá como en los núcleos industriales del País Vasco o de Asturias que se vinieron abajo por el desmantelamiento de la industria pesada? Allí se padecen dramáticas consecuencias de paro y conflictividad social, y está costando mucho tiempo y esfuerzo superarlas a base de sustituir las viejas estructuras por organizaciones y empresas altamente cualificadas que atiendan las demandas de la sociedad. Tal vez sería buena idea adelantarse en Salamanca a los acontecimientos y prepararse desde ahora mismo como sede de la mejor enseñanza del futuro, la única que de verdad valdrá la pena: la del rigor y la exigencia entre quienes demuestran capacidad y rendimiento".
Repetí aquellos argumentos en esta misma columna de internet en mayo de 2015 ("A vueltas con la Universidad"). E insisto ahora: "Si no se produce un cambio de rumbo llegará un momento en que lo común sea tener un título universitario. Y después dos; y un poco más tarde, tres. A juzgar por los resultados de la primera fase de este proceso, con ello no mejorará la calidad ni la difusión de la ciencia, la cultura y la sabiduría. Y lo más lamentable es que ni siquiera servirá para alimentar el grado de satisfacción personal de sus poseedores. La mayoría podrá colgar en la pared sus diplomas, pero no podrá certificar que domina la teoría o la práctica de una disciplina de rango elevado. Los títulos no le servirán para acceder al mercado de trabajo porque no serán signos de distinción".