OPINIóN
Actualizado 03/02/2017
Eugenio Sánchez Redondo

Foto de Marcelo Kneip

Inerte sobre el remanso de paz de un mar en calma, surcaba los rizos de la espuma en sus coqueteos con los pequeños peces saltarines. Océano de ausencia de sensaciones, volaba.

Su cuerpo se dejó llevar, sin destino, la sal comenzó a teñir de un blanquecino pastel sus labios, no hubo palabras, ni besos, sólo volaba.

En la hora de la queda no hubo toque de campana y llegó la oscuridad con sus destellos.

El tic tac de su corazón era sólo cuestión de tiempo, no se sabe cuánto tiempo, nadie sabemos cuánto tiempo, se iba su tiempo.

Y tenía motivos, no había nadie al otro lado, nada que escuchar, nadie en quien creer, nadie a quien amar. El reloj de arena se consumía.

Desde el faro se le vio por última vez, sus párpados cerraron el telón.

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