OPINIóN
Actualizado 01/02/2017
Manuel Alcántara

No debería ocurrirme dada la edad que tengo. Un momento vital donde las cosas parecieran que entran en un estado de reposo, cuando las ilusiones se aparcan para ser matizadas en función de las fuerzas realmente existentes y se extiende la conciencia que impulsa el "déjà vu". Pero me ocurre. Tampoco es una cuestión vinculada a moda alguna, ni siquiera una pose intelectual, menos aún se trata de una obsesión fruto de algún percance reciente en el trabajo o en el ámbito personal. Sé que las percepciones son equivocas, que se configuran balanceando realidades objetivas y emociones, pues tienen mucho que ver con el estado de ánimo, y que mutan conforme éste se modifica. No es esto. Sin embargo, desde hace semanas, algunos meses, no me cabe duda de que una impronta ha tomado cuerpo en mi vida.

De repente siento que todo se ha acelerado. Que no hay aspecto alrededor que no deje de haber entrado en una dinámica que parece disparada. Sea en cualquiera de los niveles de la política, como en las relaciones sociales o incluso en el universo de la cultura, donde sus ejes vertebradores suelen gozar de un mayor poso. Ni que decir tiene que los cambios tecnológicos y los descubrimientos científicos intensifican esta percepción. La avalancha de noticias, declaraciones, opiniones que incorporan términos como "el nuevo ciclo", "el fin de una época", "el cambio de paradigma", contribuyen a hacer más vertiginoso el momento, logrando que los anclajes existentes se leven sin apenas generar ruido. Aunque para intentar entender el mundo siempre he partido de las ideas de proceso y de sistema hoy ambas se ven sometidas a una celeridad que modifica substancialmente sus dinámicas y sus interacciones.

Diría que es ese cambio precipitado en el ritmo el que me desconcierta y que hace que me agobie el devenir de lo que acontece; la perplejidad, ¿el miedo?, frente al futuro. Quemar etapas abruptamente, eliminar viejos consensos sustituyéndolos por alibis, abolir prácticas consolidadas, soliviantar a los viejos demonios de la tribu arrinconados por el paso del tiempo, construir hegemonías que magnifican nuevas relaciones de poder, ilustran la aceleración que observo con desasosiego. Frente a lo estático o a una visión que pudiera enfatizar la acomodaticia interpretación de la repetición cíclica de los sucesos, se yergue un mundo cambiante que requiere mayor atención y desvelo, avidez en el conocimiento y pasión comprometida por la vida.

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