OPINIóN
Actualizado 01/02/2017
Ángel Iglesias Ovejero

En ese marco de endiosamiento permanente de Franco y de instauración en toda España del Nuevo Estado se construye "el Arco de la Victoria, o del Triunfo"

El mal ejemplo en la aplicación de Ley de Memoria Histórica viene de arriba y, como otras secuelas del franquismo, está enraizado en la Transición, que, a pesar de sus comprobadas deficiencias en materia de democracia, se ha vendido como modélica. En la capital de España existe la mejor ilustración de este mal ejemplo permanente en todo el período considerado democrático. Se trata de un arco que no deja dudas sobre su función de glorificar a Franco y que, dada su ubicación, a la entrada de la carretera de la Coruña (Avenida "Arco de la Victoria", distrito de Moncloa-Aravaca), forzosamente han tenido y tienen que ver con frecuencia los jefes del Estado, los presidentes del Gobierno, las autoridades municipales de Madrid y los responsables académicos de la Universidad, cuyas sedes oficiales se ubican muy cerca o son de fácil acceso por este lugar: Palacio de la Zarzuela (Monte del Pardo), Palacio de la Moncloa (muy cerca, distrito de Moncloa-Aravaca), Palacio de Comunicaciones, plaza de Cibeles) y Rectorado de la Universidad Complutense (muy cerca, Avenida de Séneca). Quizá alguno de los que han ejercido estos cargos de autoridad haya sido admirador de este símbolo franquista o se haya sentido agradecido al mandamás de antaño. Eso ya es cosa de cada uno; pero, sin riesgo de caer en juicios temerarios, resulta evidente que todas esas autoridades han coincidido en poseer unas excelentes tragaderas y han compartido una complaciente dejadez en espera de que el simbolismo contente a unos y deje de molestar a otros o incluso que, con el paso del tiempo, el monumento se caiga por sí mismo y los indignados ante la manifiesta exaltación de impunidad se cansen de protestar.

Al dar por acabado el conflicto bélico oficialmente (pero manteniendo "el estado de guerra" hasta 1948), Franco hizo lo que han hecho otros triunfadores como él: celebrar la victoria y humillar a sus adversarios. Su labor de propaganda y destrucción de la República se había ejercitado durante la contienda en la retaguardia, haciéndose pasar por un mesías, sobre todo con las ocupaciones ("las tomas" o "liberaciones") de ciudades (la más sonada fue la "liberación del alcázar de Toledo" el 28 de septiembre de 1936, cuya celebración por los hagiógrafos franquistas tomó los tintes heroicos de la defensa de Tarifa en 1294 por Alonso Pérez de Guzmán "el Bueno", papel atribuido al coronel Moscardó en las parodias épicas de la "Formación del Espíritu Nacional"). La "liberación" de Madrid, prevista para noviembre de 1936, tuvo que esperar hasta abril de 1939, y para ello fue también necesaria una nueva traición militarista, dirigida por el coronel Segismundo Casado y otros jefes del ejército republicano, enfrentados a Juan Negrín (presidente de la República demonizado por adversarios y revisionistas) y los partidarios de prolongar la resistencia (esperanzados ante la inminencia del enfrentamiento de las democracias occidentales y los padrinos de guerra de Franco, que eran Hitler y Mussolini).

En ese marco de endiosamiento permanente de Franco (celebrado en sellos, monedas, medallas y medallones como el de Salamanca) y de instauración en toda España del Nuevo Estado se construye "el Arco de la Victoria, o del Triunfo", también designado como "Puerta de la Moncloa", que, sin otros aditamentos, al menos resultaría menos manifiesta su función de exaltación franquista, y por ello ilegal de acuerdo con la Ley de Memoria Histórica. Aunque los primeros proyectos remontan a 1942, se construyó entre 1950 y 1956, por iniciativa de la Junta Permanente de la Ciudad Universitaria, lo que accesoriamente le confería una coartada intelectual evocada en la leyenda latina de uno de los frontispicios, la cual alude a la Inteligencia como ente promotor (Mens iugiter victura / "´la inteligencia, siempre victoriosa"), también evocada en el personaje alegórico de Minerva (diosa de la sabiduría en la mitología romana) de la cuadriga en la parte superior. Si se vuelve la vista quince años atrás, resulta una evidente y cruel ironía, cuando se piensa en aquellos gritos salvajes y macabros del descerebrado Millán-Astray ("muera la inteligencia", "viva la muerte"), dirigidos en la universidad de Salamanca contra Unamuno en la fiesta de la Hispanidad (12 de octubre de 1936). Tampoco es muy acertado el recordatorio del "Caudillo" en el otro frontispicio, como restaurador (ab hispanorum duce restaurata / "restaurada por el caudillo de los españoles") de la Ciudad Universitaria, fundada por Alfonso XIII. El "Caudillo", con sus tropas africanas e ibéricas, más bien había contribuido a la destrucción y profanación de dicha universidad (aedes studiorum matritensis / "el templo de los estudios matritenses"), en la que se libró una dura y larga batalla conocida con ese nombre ("la batalla de la Ciudad Universitaria", entre el 17 de noviembre de 1936 y el 28 de marzo de 1939), que también se pretendía conmemorar.

Hace ya más de dos años Enrique Anarte repasaba en El País (11/11/2014) las razones de que dicho monumento de exaltación franquista "siguiera en pie". El principal motivo era (sigue siendo) que la democracia española se construyó sobre la "desmemoria" y ésta a su vez se justificó con el argumento "guerracivilista". Se puede añadir que ese espantajo, todavía al cabo de ochenta años, se esgrime para tapar la boca a quien tiene la osadía de referirse a aquellos hechos desde la perspectiva de la represión "nacional" contra los republicanos. Traducido al canto llano, esto significa que la retórica del miedo (el terror de estado en que se fundó la dictadura franquista) sigue estando de actualidad en una parte considerable de la sociedad y sobre todo se han servido de ella los partidos turnantes en el poder desde la Transición, cuyos componentes habían crecido con el franquismo, como denunciaba la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica. Por lo demás, recuerda E. Anarte, en 2014 el monumento, que ni siquiera había sido inaugurado oficialmente hasta entonces y había perdido la posibilidad de presentar exposiciones en su interior, no servía para nada a primera vista. Nadie se encargaba de la gestión del Arco, que sería incumbencia de los componentes del Consorcio Urbanístico de la Ciudad Universitaria (UNED, Universidad Politécnica y Ayuntamiento de Madrid), de modo que se encontraba como hacienda sin dueño, en un estado lamentable ("totalmente abandonado, sus paredes llenas de grafitis y los alrededores llenos de botellón"). Pero esto no le impedía seguir cumpliendo su función inicial de exaltación franquista.

Dos años más tarde la situación material del monumento no había mejorado, según Rodrigo Casteleiro, en otro artículo publicado en el mismo periódico (El País, 03/01/2017), pero ponía de relieve que en el contexto actual se percibe como "el arco de la Discordia", en referencia irónica y por contraste con el arco de triunfo de París, en el que al parecer se inspira y a la plaza de la Concordia en la misma ciudad. El Arc de Triomphe du Carroussel o de l'Étoile ("estrella", alusiva a la victoria de Austerlitz en 1805; a sus pies se halla la "tumba del soldado desconocido") se ubica en la actual plaza de Charles De Gaulle, en el extremo occidental de la avenida de Los Campos Elíseos. Desde allí se divisa la Place de la Concorde, en el otro extremo de dicha Avenida, a más de dos kilómetros de distancia, que antes se había llamado Place de la Révolution (1792, dedicada con anterioridad a Luis XV). Con el cambio de nombre, durante el Directorio (1795), se trató de paliar el recuerdo de las ejecuciones allí efectuadas (entre ellas las del rey Luis XVI en 1793 y de varios revolucionarios más tarde) después de la toma de la Bastilla (14/07/1789). Nada más alejado de la motivación y la finalidad permanente del "Arco de la Victoria, o del Triunfo" en Madrid, que a pesar de los intentos del cambio de nombre por el de "Arco de la Concordia" (2004), así como la propuesta de Izquierda Unida para que se retiraran las inscripciones (2010) y de asociaciones por la memoria histórica para que se reinterpretara el sentido del monumento como homenaje a la defensa de Madrid (entregada, pero no tomada), seguía exhibiendo un franquismo vergonzoso a finales de 2016.

A día de hoy es uno de los casos más llamativos de exhibición de la impunidad otorgada por la justicia española y por numerosos historiadores al principal causante de la guerra y la represión. Por ello se entiende la reacción de indignación de familiares de víctimas y de demócratas en general, hartos ya de tanta espera, sin que esto lleve a todos ellos a exigir la demolición del monumento por atentar "contra la memoria de las víctimas del golpe militar". Esta fue la reciente petición al Gobierno por parte de Compromís, la coalición política valenciana que mantiene relaciones de afinidad con Podemos, que, dicho sea de paso, ha seguido la senda de otros partidos políticos, haciendo de la memoria histórica una de sus sub-prioridades más notables, a juzgar por la exposición de su programa en las elecciones municipales y autonómicas de la Comunidad de Castilla y León (algunos candidatos en 2015 no tenían ni idea de tal memoria). Pero una cosa es predicar y otra dar trigo. De hecho cabe preguntarse si a estas alturas, tales exigencias iconoclastas, en lugar de favorecer, no estorban en la recuperación del legado republicano. La ruptura con el pasado franquista y los símbolos que lo representaban no se hizo cuando realmente había que hacerla y quienes hoy la piden no vivían o no se atrevieron a exigirla entonces.

En esta tesitura, quizá no sea muy oportuno dar pretextos a quienes no tardarán en ver en esas actitudes cierta analogía con las de aquellos bárbaros que destruyen los vestigios del pasado y las obras del patrimonio artístico (algunos se preguntan cómo se define ese "patrimonio" con respecto al franquismo) por estimarlas incompatibles con su ideología o convicciones religiosas, aunque, bien mirado, este comportamiento tampoco resulta sorprendente por parte de quienes, para empezar, no respetan la vida. Los medios de comunicación a menudo ofrecen muestras de estos malos ejemplos. Sin salir de España los hay en el pasado. Ciertamente el reconocimiento de las víctimas y su reparación moral llevan pareja la necesidad de eliminar los símbolos de exaltación de los represores, pero quizá no haga falta empezar por romper o derribar todo para conseguir el compromiso de que dejen de serlo, respetando incluso el valor estético, histórico o material que puedan tener. Basta quitar lo que estorba y añadir lo que haga falta para que el simbolismo cobre otro sentido. Esto último resulta prácticamente imposible en aquellos objetos o productos que, por decirlo así, tienen un simbolismo directamente motivado en el referente (estatuas, efigies reales, etc.). La solución está en su retirada, como finalmente se ha decidido hacer con el medallón de Franco en la Plaza de Salamanca. En cambio, "el Arco de la Victoria", que se alzó con el esfuerzo y el dinero de los españoles (ocho millones de pesetas "de las de entonces"), puede seguir en pie y dejar de ser otra flagrante exhibición de impunidad, como ya se ha apuntado. Lo más urgente es quitar lo que, incluso en latín, resulta ofensivo (inscripciones). Se puede hacer ahora mismo. Después, proponer una dedicatoria que reconozca los méritos del sufrido pueblo de Madrid y habilitar el interior de la construcción como centro de interpretación de la llamada batalla de la Ciudad Universitaria en el marco de la guerra.

Etiquetas

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >El arco de triunfo en la Moncloa de Madrid: ¿derribar o cambiar su sentido?