OPINIóN
Actualizado 30/01/2017
Redacción

La digitalización es un proceso imparable. Hasta ahora, describe la adaptación a la sociedad de la información que se está produciendo en todas las actividades humanas, no sólo las propias del sector industrial y productivo sino las propias de otros sectores como la sanidad y los servicios. De hecho, las programaciones de los centros educativos ya incluyen la competencia digital como una de las capacidades básicas para futuros ciudadanos. La rapidez con la que estamos asistiendo a los cambios nos impide ver con claridad las consecuencias de esta transformación y en algún momento tendremos que ponernos a dieta de los datos, las redes y el mundo de la computación cognitiva.

De la misma forma que la dieta mediterránea se ha popularizado, la dieta digital debería extenderse y divulgarse. Antes de que el activismo y la hipertensión digital incrementen los niveles de digi-colesterol o padezcamos una tecno-diabetes, podemos empezar a construir una dieta digital. No es una tarea fácil porque casi todas las instituciones han puesto en marcha procesos de transformación digital que hacen difícil escapar del wifi, de las bases de datos o de las cámaras de vigilancia del Gran Hermano. Imagínense las pocas ayudas oficiales que recibiría una institución social o educativa que se planteara la necesidad de una dieta digital, es decir, que cuestionara los procesos de digitalización y promoviera la figura del objetor o insumiso digital. A lo mejor no llegaría tan lejos, pero sí se convertiría en una institución peligrosa porque genera cierta alarma social.

Hasta ahora, la dietética digital era un término que se aplicaba en el ámbito de la comunicación política y los movimientos sociales para contrarrestar o limitar la instrumentalización, vulgarización y banalización de la participación que promueven los medios de comunicación social. Los expertos en comunicación política aplican este término para que los ciudadanos no permanezcan pasivos ante los medios y promuevan actitudes críticas o proactivas ante las tertulias, los "reality shows" y los programas que transforman al usuario/consumidor en masa emocionalmente manipulable.

Debemos aplicar el término a todos los ámbitos de las actividades humanas y no limitarnos a las redes y los medios. De hecho, la fiebre de la digitalización ha llegado hasta la presidencia de la Generalidad creando una Agencia Valenciana de la Innovación y en algún momento tendrá que plantearse estas cuestiones. Además de promover la digitalización de empresas, servicios y organizaciones, también tendrá que plantearse los efectos y consecuencias de la nueva vida digital. Y en ámbitos tan sensibles como el sanitario, algún día comprobaremos que el hardware de la tele-UCI nos ha notificado electrónicamente que el paciente se ha ido porque los disparadores ajustables no detectaron a tiempo algo tan saludable como la necesidad de una caricia.

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