OPINIóN
Actualizado 25/01/2017
Fernando Segovia

Se acabó el muro de Berlín en el 1989 y, aunque símbolo de la más cercana y ansiada de las aperturas, no terminó con otros muros físicos y morales. Los ecos del de Pink Floyd se mantenían muy frescos desde diez años antes. Y es que en mundos revueltos, hostigados y pobres los muros no logran parar del todo el flujo migratorio hacia los pretendidos paraísos. Aquí, hace bien poco, tuvimos que subir y reforzar las vallas de Ceuta y Melilla. Y Trump medio aterrizando en el poder de la primera potencia, vuelve a decir que no renuncia a la construcción de un muro de 3.200 kilómetros con Méjico (ah, y que lo pagará integro el vecino mejicano). El caso es proteger las casas y el sistema de privilegio alcanzado hace años. No infectarse con lo malsano exterior.

China dejó su muro para el turismo. Y se abrió al mundo para vender. Pero esa era una invasión (aunque masiva) aceptada y hasta conveniente. Europa no sabe qué tipo de muro levantar ahora (ni dónde). Turquía es ahora el principal lugar de filtro. Pero Turquía no merece nuestra confianza total. Así que ahí estamos sin saber donde deberá situarse la barrera de freno. Grecia, España, Italia, hacen frontera con el sur más permeable para las entradas. Pero aquí no hablamos de muros físicos, hablamos de ordenamientos en las entradas, de repartos de personas (aunque no se cumplan), de actitudes más leves, sin saber bien a dónde conduce todo eso. Es eso de tender muros morales y políticos antes que los de hormigón y alambre. Y también se me antojan ineficaces.

Luego están los muros morales de esta nuestra sociedad acomodada. Eso de mi casa es mía y de nadie más (y a mucha honra, después del esfuerzo y la hipoteca). Las casas de los pueblos de mi niñez estaban permanentemente abiertas. Las puertas, si acaso, eran cortinas para que no entraran moscas. Ahora sería casi suicida hacer eso. Casi lo primero que aprendemos es a no fiarnos del vecino y a cerrar bien la puerta. El mundo no parece estar para confianzas. Aunque disimulemos en hacer parecer que sí. Y tampoco para poner muros. Pero entre una y otra cosa es difícil (o imposible) establecer algo que parezca un muro sin serlo.

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