"Todavía amamos la vida, pero creo que la muerte ya no podrá sorprendernos". Dietrich Bonhoeffer "¿Cómo podría llegar también a ser Cristo el Señor de los arreligiosos?". Dietrich Bonhoeffer
Al menos una vez al año, se nos convoca para una oración y dar pasos para la unidad de los cristianos, en este año conmemorando los quinientos años de la Reforma luterana. La semana se celebra del 18 al 25 de enero, entre las festividades de la confesión de San Pedro y la conversión de San Pablo. Francisco invitó a participar a todos los hermanos de las otras Iglesias cristianas, no solo a perseverar en la oración, también a construir la unidad bajo las palabras de Jesús: "Que todos sean uno" (Jn 17,21).
Por otro lado, este viernes, recordamos la liberación por parte del ejército soviético, del mayor campo de concentración de exterminio nazi, Auschwithz-Birkenau. Cada 27 de enero se conmemora a las Víctimas del Holocausto, un día Internacional no solo para el recuerdo, también quiere ayudar, a través de programas educativos, a prevenir los actos de genocidio en el futuro, recordando al mundo las lecciones aprendidas en el horror de Auschwithz. Uniendo los dos acontecimientos, quisiéramos recordar al pastor protestante y teólogo luterano, asesinado en el Campo de concentración de Flossenbürg y, había participado en el movimiento de resistencia contra el nazismo, Dietrich Bonhoeffer (1906 ? 1945).
El 5 de abril de 1943 fue encarcelado en la prisión militar de Berlín, durante año y medio vive en una diminuta celda de dos por tres metros, entre la esperanza y el miedo a la muerte, sin saber cuál va a ser su destino. Desde la cárcel escribirá una serie de cartas a su familia y a un amigo, sacadas de contrabando de su celda, en ellas habla con el mundo y sobre todo habla con Dios. Sus cartas desde la prisión, Resistencia y sumisión, son un bello tratado de lúcida esperanza, a pesar de encontrarse sin suelo bajo los pies. Comentaba a su amigo: "Como ves, no abandono la esperanza. ¡Tampoco tú lo hagas!". Desde la cárcel reivindica una fe que no huye del mundo, se agarra al él con todas las consecuencias, ama esta tierra a pesar del dolor que proporciona. La barbarie de la Segunda Guerra Mundial condujo a muchos pensadores a silenciar la esperanza, a otros como Bonhoeffer a "esperar a pesar de todo", inspirando a muchos una rica literatura teológica, evocando lo mejor de la esperanza.
Esas cartas son probablemente uno de los monumentos de la teología del siglo XX, invitando a vivir con esperanza el silencio de Dios, elocuente en el drama de la cruz. Un silencio que se hace más dramático y espeso desde los muros de la prisión. Descarta todo acceso al misterio de Dios desde la voluntad y la razón humana, el Dios de Bonhoeffer no es un ser abstracto por encima del mundo, es un Dios personal que se hace amor y misericordia.
Ser cristiano para Bonhoeffer, no significa ser religioso de una determinada manera, sino ser hombre y participar en los sentimientos de Dios a través del encuentro con Jesús en la vida del mundo. Dios no es aquel que cumple todos nuestros deseos, sino quien realiza todas sus promesas. Rechaza todo intento de hacer de Dios un "tapagujeros" de las capacidades humanas todavía ausentes, o una hipótesis de trabajo de problemas sin resolver, introduciéndolo en el mundo para buscar "salidas de emergencia". Ese no es el Dios de la Biblia, no es el Dios de Jesús, que se presenta cercano a los necesitados y pecadores sin importarle su condición. Un Dios que se abaja y se empobrece para enriquecer al hombre. Bonhoeffer, establece una convergencia entre el cristianismo adulto liberado de la alienación religiosa y la revelación de Dios débil y sufriente en Jesús. A Dios se le reconoce en medio de la vida y del mundo, pero como un Dios que sufre, que se entrega, un Dios crucificado. Cuando el hombre tiene experiencia de su fuerza y autonomía, comprende que solo el Dios sufriente y crucificado puede venir en su ayuda.
Para Bonhoeffer, en este mundo secularizado, ha pasado el tiempo de la religión y nos encaminamos a una época irreligiosa, ante Dios y con Dios, vivimos sin Dios. El Dios que está con nosotros es el Dios que nos abandona, clavado en la cruz permite que lo arrojen del mundo. No es el Dios Omnipotente el que está en medio del mundo, sino el impotente y débil, el que sufre con los hombres. A Dios se le encuentra en medio de la condición humana, no en los límites de la existencia, sino en medio de la vida, en el prójimo, en el hombre sufriente. En esta época irreligiosa y secularizada, solo quedan dos cosas: orar y hacer justicia. Y sobre todo, no perder la esperanza. En una de sus cartas escribe:
No nos toca a nosotros predecir el día, aunque el día vendrá, en que los hombres serán nuevamente llamados a pronunciar la Palabra de Dios de tal modo que el mundo quede transformado y renovado por ella. Será un lenguaje nuevo, quizá totalmente arreligioso, pero liberador y redentor como el lenguaje de Cristo?Será el lenguaje de una nueva justicia y de una verdad nueva, el lenguaje que anunciará la paz del Señor con los hombres y la proximidad de su reino.
El profetismo de Bonhoeffer es identificarse con el mundo moderno sin perder su identidad cristiana, lo que ha llamado la "disciplina del arcano". Esta identidad es todo aquello que posibilita profundizar en la vida cristiana, todo lo que contribuye poder adaptar la vida al amor vivido con Dios y con los hombres. Es estar con Dios y para Dios, con los hombres y para los hombres, estar abierto al mundo entero sin reservas y en su diversidad.