OPINIóN
Actualizado 23/01/2017
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Recuerdo que hace ya bastantes lustros, cuando uno andaba estudiando por los pasillos del Hernán, a la manera peripatética, pongamos que las apasionantes teorías sobre la naturaleza y fundamentos del litisconsorcio necesario en el proceso civil, tocaba lidiar algunas veces con conversaciones "de mayores". Una de las ventajas de los Colegios Mayores y demás residencias universitarias, supongo que de las de entonces y de las de ahora, era que se improvisaban a la menor algunas discusiones interdisciplinares de altos vuelos.

Una de ellas, que podríamos calificar de tradicional en Salamanca, era entre los estudiantes de Medicina y los aprendices de juristas, que ya empezábamos a distinguir algunos conceptos clave y a tener una idea aproximada de conjunto. Eso nos permitía ciertos atrevimientos argumentativos que dejaban con el cuerpo asustado a los recién llegados de primero.

Entre los litigios habituales estaba un debate no menor en torno a la propia esencia de lo que estudiábamos. No faltaba el embrión de ginecólogo que, con mala baba y actitud sobrada, soltaba en algún momento la manoseada frase: "Pero si el Derecho no es una Ciencia", con el propósito inmediato de soliviantar a la mayor parte del auditorio que se iba acumulando, atraído por el tono cada vez más alto del intercambio de opiniones, más propio de forofos futboleros que de estudiantes barbilampiños. Como si nos fuera la vida en ello.

Muchas veces mi sedicente memoria me trae retazos de esas conversaciones vivas, sobre todo cuando me toca hablar a los estudiantes actuales de los vaivenes de la jurisprudencia o de los disparates legislativos, de la influencia de la política en ciertas decisiones o de tantas otras cosas de las que el lector ya está informado de sobra.

La edad, ya lo decía mi padre, sedimenta las inquietudes, y con ese barniz de escepticismo que va siendo cada vez más grueso, me sorprendo de la vehemencia de antaño, que con gran probabilidad no me atrevería a mantener hogaño, visto lo visto y oído lo que se ha ido diciendo. Lo que no ha menguado es la capacidad crítica, para empezar conmigo mismo, y para seguir respecto a la distancia que va de lo que uno trata de explicar en clase y aquello de lo que tiene noticia más o menos indirecta sobre lo que ocurre cada día en el foro.

Con todo ello, uno llegó a la conclusión de que sin duda el Derecho es una técnica, muy elaborada en ciertas ramas específicas, con unos fines determinados -lo que no excluye los espurios, más presentes de lo que piensan los idealistas-. Pero por la misma regla de tres, también lo es la Medicina, y hasta la Psicología. Todo lo cual no impide que tratemos de comprenderlas bajo criterios científicos, es decir, ordenados y sistemáticos, y que algunos intentemos dedicar a ello lo que nos deja la burocracia universitaria y la corrección de exámenes, por traer aquí solo dos circunstancias manifiestas.

Como es obvio, no es lo mismo estudiar qué leyes rigen la conducta de los agujeros negros, que determinar las garantías esenciales que deben respetarse en una sucesión procesal. El concepto de ciencia no es el mismo. En cuanto nos vamos aproximando al objeto de estudio es necesario precisar más qué entendemos por conocimiento científico, aunque cada uno en nuestro campo seamos conscientes de que nuestras respectivas técnicas se basan -o deberían basarse por lo menos- en una estructurada y eficiente construcción de conocimiento.

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