OPINIóN
Actualizado 22/01/2017
Redacción

La madurez despierta con experiencia ignorada en juventud dormida, cuando se desconoce la fugacidad de la vida que se lleva por delante la historia personal, considerada interminable en años de turbulencia, inseguridad, valentía inconsciente, fantasmas imaginarios y estraperlo sexual.

Todo ello concluye en la madurez, dándonos oportunidad de reacción ante lo indeseable y permitiendo rectificar los errores cometidos, volteando la hoja para ver la cara oculta de la vida y emprender otro camino diferente al recorrido con tropezones.

La madurez permite aplicar todo lo aprendido en las década vividas, evitando arrepentimientos por repetición de actitudes que llevaron a insatisfacciones personales, quebrantos sociales o disgustos familiares, consecuencia de la inexperiencia vital en años de verdores existenciales.

El aprendizaje de vida es cultura intransferible, adquirida en lucha constante por satisfacer el deseo inalcanzable de supervivencia más allá de lo inevitable, ilustrada con imágenes de una realidad irrecuperable que ha de servirnos como punto de arranque y fuerza para vencer el desvalimiento y la incertidumbre en la irredimible certeza del insomnio, cumpliendo sueños para ganar el futuro.

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