OPINIóN
Actualizado 18/01/2017
Redacción

Otra vez de moda lo de las subvenciones al cine. Y el caso (el fra-caso puntual) del director Trueba en la palestra.

Entiendo que una industria si recibe dinero público ya no puede considerarse emprendimiento privado y queda lejos de lo que debe ser una verdadera creación artística y el asumir un riesgo (tan consustancial al arte siempre). Eso que conocen bien los países más capitalistas y libres. Y por eso allí su industria cinematográfica sí que es saneada y competitiva industria. Aquí eso no sucede en la mayoría de casos. O subvención estatal directa o indirecta a través de televisiones medio públicas. Los del cine, en su mayoría, tienen un mullido colchón donde ponerse a hacer piruetas y no desgraciarse en la caída. Eso no es justo. Primero porque es dinero público y no se debería malgastar. Segundo, porque la sociedad tiene otras prioridades más urgentes hoy para hacerlo. Y tercero, porque la calidad y su reflejo en taquilla (salvo muy honrosas excepciones) no demuestra que sea un producto cultural ampliamente demandado y válido.

Entiendo que la costumbre hace clientes que es muy difícil despegar luego. Y así nunca podrá haber una verdadera y competente industria sino una especie de clase clientelar y entusiasta con cargo al ajeno. Otra especie de agencia oficial (una más). Se habla de competir, pero hace años que el cine español compite poco o nada. Aún gastando a espuertas.

El mal, pues carencia de buenos guiones (pobre Azcona), de actores de peso que no estén tan encasillados y estereotipados hasta decir basta, de visiones muy parciales (y estrechez mental) de todo y no siempre del gusto colectivo, de no hacer de las historias personales o sociales algo más que un canto onanista y complacido sin dimensión social alguna, de absoluta falta de credibilidad (histórica, personajes y ropas, ambientaciones), de un humor que ya no es tanto fino humor, sin sensibilidad e inteligencia, sino escarnio bruto, falto de respeto; de mirarse de continuo el ombligo y admirarse y felicitarse de haberlo descubierto en propia barriga (el mejor ejemplo, los goya), de haber perdido talento lamentablemente con generaciones ya irrecuperables sin haber aprendido de ellos (Berlanga, Bardem, Landa, Cuerda, Fernán Gómez, Rey, López Vázquez, Querejeta, Rabal, o el propio Azcona).

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